A veces uno tiene la impresión de que las películas esperanzadoras no están de moda. Que vende más lo morboso, lo truculento, lo insano , lo que explora terrenos humanos más desagradables, sea el género que sea. Y cuando uno ve una película como La profesora de historia (que no es la traducción que necesita Les Héritiers) se da cuenta de que esa sensación es absurda, porque películas así no pueden pasar de moda nunca. Puede que no tenga un público claro, que esté lejos de lo que demanda ahora mismo el mercado, pero su hermosa mezcla de cine, historia y análisis social hace de ella una de esas películas necesarias, una de esas que provocan sensaciones, que mueven y conmueven a un lado y a otro de la pantalla. Y no pasa nada por tener la certeza de saber qué va a pasar, porque es una película de esas que buscan buen rollo, porque Marie-Castille Mention-Schaar compone una película hermosa y sutil, que no cae presa de su manido tema de fondo (el holocausto judío) y se convierte en un formidable pedazo de realidad.
La tarea que aborda no es sencilla, porque de alguna manera las comparaciones con la formidable Hoy empieza todo de Bertrand Tavernier se podrían dejar sentir desde que se entiende la película como una mirada al sistema educativo francés, aunque su prisma sea completamente diferente. Porque La profesora de historia es, por encima de todo, una historia esperanzadora. Primero pone la piel de gallina viendo la realidad educativa, cómo afrontan algunos chavales oportunidades de tener una formación, el poco respeto por la autoridad del profesor o el nulo interés por salir de la mediocridad. Eso es la primera media hora de la película, un retrato tan preciso como terrible, duro pero desgraciadamente realista y verosímil. Y a partir de ahí Mention-Schaar, coautora del guión junto a uno de los jóvenes protagonistas, Ahmed Dramé, hace evolucionar el filme de la misma forma que evolucionan los chavales que forman la clase de esa profesora que da título en España a la película.
¿Previsible? Puede ser. Pero grandiosa en tantos aspectos que eso acaba dando igual. No hay que olvidar que es una película sobre una profesora y una clase, sobre un proyecto relacionado con el genocidio judío por parte de los nazis, y eso lleva el filme a terrenos ya conocidos, fácilmente lacrimógenos. Pero la película no es sensacionalista, sino realista. El holocausto es la forma en la que se traza un retrato excepcional de una veintena de chavales. Si ya es difícil sacar adelante una película coral, acertar en el retrato de cada uno de los alumnos con tanta brillantez es digno de elogio. Porque son ellos los protagonistas de la película. No es la profesora, aunque el trabajo de Ariana Ascaride sea tan soberbia como la forma en que esa mujer está escrita en el guión, no es el holocausto o la memoria. Son estos chicos, son ellos quienes dan forma a una preciosa loa sobre la necesidad de la educación para que cualquiera, en cualquier momento, pueda abrir los ojos al mundo.
Ese es el valor de La profesora de historia, haber sabido conjugar un cine de buen rollo, que no deja de ser en ningún momento una vez que abandona su primer acto, con el documento social de categoría. Hay tantos gestos, tantos detalles, tantas miradas y tantos diálogos que merecen la pena en la película que sólo queda admirar la mezcla que ha hecho su directora. Tiene una enorme dificultad hablar en apenas 105 minutos y con tanta precisión de historia, de educación, de racismo, de violencia y de tantos otros temas que se van deslizando en la película, que cualquier elogio se queda corto. Pero quizá lo que hace de La profesora de historia una película única esté en la forma en la que termina, con una escena que lleva de nuevo al comienzo del maravilloso ciclo de la enseñanza. La película muestra los resultados de hacer bien un trabajo, esa es su principal lección, ese es su mensaje de esperanza. Uno de ellos, en realidad, porque bajo la epidermis histórica y social del filme hay muchos elementos que conmueven. Por eso es una pequeña gran joya.
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