Seguramente no será una división exacta, pero es fácil dividir el cine de espías en dos categorías básicas. Por un lado está Bourne y formas análogas de contar una historia, y por otro está John le Carré y sus derivados. El hombre más buscado está basada en una novela del propio Le Carré, con lo que hay pocas dudas sobre a qué grupo pertenece la nueva película de Anton Corbijn. Le Carré es lo suficientemente conocido, y se han adaptado ya unas cuantas de sus novelas, como para descubrir ahora el género que representa, pero obviamente hablamos de películas de ritmo pausado, de enorme sutileza a la hora de construir tramas y personajes y, sobre todo, de mucha inteligencia. Puede que no todo el mundo acabe satisfecho con el ritmo, quizá porque Bourne y sucedáneos amenazan con apoderarse del género desde su posición de éxito, pero el poso que muchas veces necesita el cine de espías está en películas de una acabado tan brillante como el de El hombre más buscado.
Corbijn ya dio muestras del ritmo cinematográfico por el que apuesta en El americano. El hombre más buscado es más dinámica que aquella, pero no busca su intensidad en la acción sino en la historia. Y a diferencia de El americano, que sí llegaba a ser aburrida, ésta no lo es en ningún momento. No lo es por su madurez, por su sutileza, por la magnífica construcción de la historia, delicadamente equilibrada de principio a fin, sin que sobre ni falte nada para entender el episodio descrito, por su extraordinariamente bien orquestado final, y especialmente por unos personajes formidables. Todos. Sin excepción. Son personajes espléndidos sobre el papel, pero lo son aún más cuando el reparto, en absoluto estado de gracia, le aporta unos matices formidables. Y es que el mundo de Le Carré no es blanco o negro. Muy al contrario, está lleno de grises, de rincones oscuros, de buenas intenciones que no sirven para nada, de personas verosímiles en el sentido más absoluto del término. El hombre más buscado es un puñetazo de realidad.
Por eso, la mejor elección posible para protagonizar la película, una en la que los espías no saltan por las azoteas ni se balancean en helicópteros, era una actor como Philip Seymour Hoffman. Él es el paradigma de lo que busca la película: presencia y personalidad. Verle en su último papel protagonista vuelve a recordarnos la cantidad de años de cine que hemos perdido a causa de su muerte por sobredosis. Su espléndida interpretación se asienta no sólo en su lenguaje corporal y en su expresividad facial, sino también en su voz. Enorme. Y como él, Rachel McAdams también se transforma. La habitualmente locuaz y agradable protagonista es aquí seria, responsable, íntegra y dueña de sus silencios. Robin Whrigt, transformada en su aspecto con una peluca negra, es en cambio más cínica que de costumbre. Todos tienen su metamorfosis para crear un mundo nuevo para la película, y encajar en este mundo de terroristas, agencias gubernamentales y negocios turbios que pone su foco en Hamburgo, la ciudad en la que se gestó el 11-S, como se recuerda al comienzo de la película.
Siempre hay un peligro cuando se estrena la última película de un actor fallecido, y es que la despedida sea más importante que el propio filme. Esta se erige por encima de la figura de Philip Seymour Hoffman pero también lo hace gracias a su inmenso trabajo. Es cine de espías del bueno, del auténtico, del que deja motivos para la reflexión, del que permite seguir una investigación sin depender de giros de guión, en el que aparecen personajes realistas. Y sí, tiene un ritmo relativamente lento, aunque en comparación con El americano casi parezca parte de la saga Bourne. Pero eso no afecta al enorme interés que genera la trama, la puesta en escena de Corbijn y el espléndido trabajo interpretativo. Incluso con la presencia de Hoffman por última vez comandando un reparto, da la impresión de que va a pasar más desapercibida de lo que merece, porque es una película altamente recomendable para quienes gusten de guiones inteligentes, de esos que tantas veces se reclaman y que cuando llegan no siempre obtienen la atención debida.
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