Es evidente que una buena cinta de terror necesita una atmósfera inquietante y creíble para funcionar. Pero es igualmente cierto que eso no es suficiente para que la película se sostenga. Líbranos del mal tiene ese problema. Scott Derickson, encasillado en el género de terror (El exorcismo de Emily Rose, Sinister) salvo por desastres como el remake de Ultimátum a la Tierra, consigue una puesta en escena atractiva, pero la película hace aguas en su guión. Durante bastantes escenas se sostiene sobre el alambre, pero al final cualquier explicación que se le pueda dar a buena parte del filme está tan cogida con alfileres que cuesta mucho comprarla, por mucho interés que pueda generar esta mezcla de policíaco y terror. De hecho, la parte de la película que más sufre de esta condición es el final, cuando Derrickson, que es también coguionista, pierde bastante el control sobre la historia, asume tópicos y ofrece un final bastante más flojo de lo que podría haber dado de sí.
Lo mejor de Líbranos del mal está, efectivamente, en su atmósfera. Hay alguna que otra trampa con el sonido, muy efectista por momentos (incluso sorprendente por la forma en la que se utilizan las canciones de The Doors), pero la puesta en escena es bastante correcta. Muy deudora de Seven, película a la que parece seguir en muchísimos aspectos (obviamente, a una gran distancia de aquella maravilla de David Fincher), siempre con iluminación artificial tanto en interiores como en exteriores. Pero los éxitos en este sentido sirven más al thriller que es Líbranos del mal que a la película de terror que pretende ser. De hecho, quitando los sustos habituales del género, puntuales y localizables (y, por qué no decirlo, también tramposos), el filme no genera una sensación de terror demasiado impactante, ni siquiera en su largo clímax, la escena más terrorífica sobre el papel, que llega ya cuando las explicaciones a lo que está sucediendo rozan lo inverosímil.
Aunque la película dice estar basada en hechos reales, y tomando eso con todas las reservas posibles siendo una historia que habla de posesiones demoníacas, no siempre deja la sensación de ser creíble. Quizá por eso lo más atractivo de la película, atmósfera aparte, sea la construcción del personaje protagonista, el de Eric Bana, un policía que tiene fama de acertar en sus corazonadas y que se ve envuelto en un caso de tintes sobrenaturales en los que no termina de creer. Pero, del mismo modo que la película, el personaje se va desinflando según avanza la trama. El resto es precisamente lo que va acumulando los problemas de la película. A ratos parecer que la mujer del protagonista (Olivia Munn) va a tener una gran importancia, y la que acaba teniendo es bastante insulsa. El compañero del policía que interpreta Bana (Joel McHale) desaparece durante muchos minutos sin una explicación coherente. Y el padre que ayuda al policía (Edgar Ramírez) no se sabe muy bien de dónde viene ni el papel que adopta en la trama.
No es que Líbranos del mal sea una película terrible, porque en el fondo, y si no se quiere prestar demasiada atención al detalle, proporciona cierto entretenimiento gracias a la forma en que están planeadas las escenas y al carisma de Eric Bana, pero no pasa de ahí. Derrickson no es un director que haya firmado ya películas redondas y ésta tampoco lo es. De hecho, el escaso terror que proporciona acaba resultando decepcionante y su arranque, un prólogo que transcurre en Irak, supone una entrada demasiado extraña para una película que quiere presumir de su entorno urbano. Como suele suceder en el género, queda la sensación de que había ideas que, convenientemente desarrolladas, sí podría haber desembocado en una película atractiva, pero Líbranos del mal no termina de serlo. Para aficionados poco exigentes del terror y, por supuesto, para quienes aprecien el trabajo de Eric Bana.
2 comentarios:
No pienso verla porque soy una caguica y ya sólo el trailer me da miedo... :))
Saramaga, je, je, je, je... La verdad es que mucho miedo no da. El justo de un par de sustitos. Aunque si no te va el género, normal.
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