Es evidente que cualquier estudio de Hollywood daría cualquier cosa por encontrar una franquicia fantástica juvenil, una saga que pueda extenderse a lo largo de tres, cuatro o cinco películas y que garantice una buena recaudación durante todo unos cuantos años. Por eso son tantos los títulos de ese corte que llegan a los cines con cierta asiduidad. El corredor del laberinto es uno de ellos, y por desgracia uno de los más insustanciales, uno de los que con más descaro refritean elementos de otros muchos productos literarios, cinematográficos y televisivos, y que con menos pudor plantea la necesidad de una continuación para dar una mínima coherencia al despropósito que plantea la película. Cada vez resulta más aburrido ver un filme que cuenta tan pocas cosas como ésta, que se ampara en los misterios y en la posibilidad de una secuela para no resolver tramas, y que se vuelca sólo en crear un mundo visual o narrativamente atractivo, que puede serlo, pero sin darle un poso, una historia o un planteamiento que le haga justicia.
No hacen falta muchas explicaciones para explicar de qué va El corredor del laberinto porque la misma película las elude. Hay un entorno natural rodeado por unos enormes muros de piedra, cierre interior de un inmenso laberinto que sólo se abre de día y que está custodiado por unas fieras criaturas. Y en ese entorno viven en una comunidad autogestionada un grupo de chicos jóvenes que no recuerdan absolutamente nada, que no saben por qué están allí y que basan sus opciones de escapar al conocimiento exhaustivo del laberinto. Lo que viene a ser, de forma muy simple, una mezcla entre El señor de las moscas y Perdidos, a la que se le pueden notar tintes de cualquier otra saga juvenil de los últimos años. ¿Originalidad? Ninguna. ¿Confusión? Toda la del mundo. Hay incongruencias, pero sobre todo faltan respuestas. Está bien jugar la baza del misterio pero es pernicioso cerrar una película con tintes de ciencia ficción sin satisfacer determinadas necesidades.
Lo más frustrante en ese sentido es el final de la película, anuncio de una secuela que ya está programada pero que genera desde ya bastante menos interés porque esta primera cinta flaquea de principio a fin. ¿Cuándo se ha perdido la necesidad de que cada filme tenga una identidad propia sin necesidad de depender de una continuación? De esta forma, lo único que se consigue es dejar historias inconclusas, como ya ha pasado con incontables intentos de localizar una nueva gallina de los huevos de oro entre el público juvenil que no recaudaron lo suficiente como para contar con una secuela. Lo que ofrece El corredor del laberinto es totalmente insatisfactorio a todos los niveles. Incluso cuando la película se digna a ofrecer explicaciones, éstas son torpes, pobres y muy poco concretas. El escenario, atractivo aunque inverosímil, no basta para convencer más allá de los primeros diez o quince minutos, y los giros que se van sucediendo son bastante poco sorprendentes y muy poco sustanciales a nivel argumental.
El corredor del laberinto es el primer largometraje de Wes Ball y su apuesta es bastante conservadora. Planos muy amplios para mostrar los escenarios y muy movidos para las escenas de acción (y de paso esconder con la cámara y con la oscuridad los posibles defectos en los efectos visuales) y un reparto de jóvenes irregular que mezcla rostros medianamente conocidos y otros casi debutantes y que deja en un plano completamente oculto a quienes no son imprescindibles para la historia. Pero hay que insistir en que la película falla porque no cuenta prácticamente nada. Queda la sensación de que estas casi dos horas se podrían haber condensado en una introducción de veinte minutos de una película de cien que sí podría haber resultado interesante. Pero eso es hoy en día lo de menos. Lo que importa es estirar el chicle, alargar las historias, buscar al menos trilogías que llenen salas de cine durante al menos un lustro. Y así hay poco que rascar.
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