Cada día es más digno de aplauso que haya películas dispuestas a sorprender, a romper lo previsible, a buscar caminos que sean una incógnita incluso para sus realizadores. El congreso encaja en esa descripción, y eso acaba siendo tanto el aspecto más elogiable de la nueva propuesta de Ari Folman, el director de Vals con Bashir, como lo más reprochable. Y es que en esa capacidad de sorpresa, en su desmedido arrojo formal y en su singular narrativa está tanto lo que más fascina como lo que más puede desenganchar a algunos espectadores. La película, de hecho, va cayendo en un caos no siempre controlado según va avanzando y según se va transformando en algo diferente de lo que parecía proponer al principio, pero incluso dentro de ese caos hay momento más que fascinantes, que completan una cinta arriesgada y compleja, fácilmente divisible en dos mitades. La primera de ellas resulta soberbia, con un maravilloso juego de metaficción. La segunda es la más discutible. Eso es el caos y es lo fascinante, pero no es fácil. De ahí que sea una película digna de ver pero no recomendable para todo el mundo.
¿Pero de qué va El congreso? Como su título no aclara demasiado, conviene explicar algo más sobre la película. La protagonista es Robin Wright. No es sólo su actriz principal, sino también la protagonista del relato. Ahí comienza a servirse la metaficción. Y la historia arranca como una formidable reflexión sobre el papel de los intérpretes en el cine actual y la posibilidad de que en el futuro sean reemplazados por réplicas virtuales. Es, de esta manera, una de las mejores y más logradas reflexiones sobre cine y cultura popular que se han visto en la pantalla grande en los últimos años, que finaliza además con una secuencia absolutamente memorable, que explica el porqué del valor de un actor a través de dos genios, la propia Wright (a la que siempre da la impresión de que no se ha valorado en su justa medida, siendo una de las actrices que mejor expresa emociones poco corrientes) y Harvey Keitel (¿por qué este hombre ya tiene tantos grandes papeles?), con el siempre magnífico añadido en otras secuencias de Paul Giamatti y Danny Huston.
Así se llega a la mitad de la película, insisto, que es para enmarcar: poética, osada, con algo que contar, con un tema sobre el que debatir y con magníficas interpretaciones y puesta en escena. A partir de ahí, con una enorme elipsis temporada de veinte años, empieza lo complejo. Aunque no deja de ahondar en los mismos temas que planteaba, la película se transforma por completo. Cambia de medio, de la imagen real pasa al dibujo animado casi hasta su final, buscando una complejidad filosófica que no siempre queda clara pero que compensa con una imaginería visual apabullante y un divertido juego de referencias cinéfilas y culturales que prácticamente obliga a ver la película por segunda vez o a mantener una conversación con otros espectadores para compartir hallazgos. La película entra ahí en el terreno de la utopía futurista y después en el de la distopía, y es donde el caos acaba arrebatando algo de la genialidad previa al trabajo de Folman. Eso sí, la fascinación sigue ahí, porque el universo de color que plantea la película es absorbente hasta el extremo.
El congreso (el título hace alusión a lo que se ve en la segunda mitad de la película, mejor descubrirlo en el propio visionado) es, al tiempo que reflexiona sobre el futuro del cine, una muestra de que los lenguajes más tradicionales no están agotados. Sólo necesitan imaginación y talento para seguir estirando sus límites. Eso es exactamente lo que hace Folman, con la complicidad de una Robin Wright extraordinaria, que ya desde su primer plano en la película (eso, justo eso, hay pocas actrices que hoy en día sepan hacerlo mejor) y evidencia que si no hay papeles para actrices de su edad (48 años) es porque los autores no quieren. Y lo mismo se puede decir de la fantasía. El congreso no es una película de género en sentido estricto, no es una cinta pensada para que los primeros en ir a verla sean los apasionados de la fantasía o la ciencia ficción. Pero todo esto sirve a un propósito, a una historia, a una visión, y aunque sea caótica en zonas de su segunda mitad, nunca deja de fascinar. En el actual cine complaciente, para algunos será una propuesta suicida. A otros, y a pesar de sus defectos, nos parece una brillante que merece aplausos. Muchos.
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