Después de advertir del error que supone leer las sinopsis que se han publicado de Si decido quedarme, hay que decir que en la película, la primera de R. J. Cutler, hay temas y propuestas que son atractivas. La película habla de Mia, interpretada por Chlöe Grace Moretz, una joven de especial talento con el chelo que se enamora de un joven rockero un año mayor que ella, Adam (Jaimie Blackley), y que vivirá un acontecimiento en su vida que hará que cambie para siempre. Dejémoslo ahí, porque dado que Cutler se toma su tiempo en mostrar ese punto sin retorno no hay ninguna razón para destrozarlo con resúmenes, ni siquiera con análisis. Pero lo que sí se puede decir es que la propuesta queda completamente indefinida, con continuos errores de continuidad, personajes de ida y vuelta sin explicación alguna y momentos inverosímiles que hacen que la película sea compleja de digerir como conjunto, incluso admitiendo que tiene algunas escenas preciosas y varios planteamientos incluso muy atractivos.
Resulta curioso que la película pueda dejar una sensación tan intensa de ser fallida cuando los dos elementos sobre los que tendría que pivotar están entre lo más apreciable de su propuesta. Por un lado, es una película muy centrada en su personaje protagonista, y Chlöe Grace Moretz es una actriz versátil, que se mueve bastante bien entre géneros, que soporta la película con entereza y que desprende carisma, incluso aunque resulte bastante discutible, incluso inverosímil a efectos de la ficción, que una persona con tantas inseguridades pueda ser capaz de semejante virtuosismo musical. Pero asumamos eso sin más. Llegamos a la música, clave para disfrutar del filme. La conjunción entre piezas clásicas y rockeras funciona, la contraposición entre los mundos de Mia y Adam se comprende con facilidad y algunas de las mejores escenas de la película pasan por esos dos elementos, Mia y la música. Pero a partir de ahí, la película comienza a caerse.
Es difícil entender porque una cinta que muestra un ritmo tan ágil y prometedor en su arranque (con dos personajes espléndidos, los de los padres de Mía, Mireille Enos y Joshua Leonard), acaba cayendo de una forma tan profunda. La película se pierde en un montaje que quiere relacionar presente y pasado de forma continua pero se olvida de la razón fundamental para unir escenas, la emocional. Y lo hace cuando precisamente quiere capturar al espectador por ese lado. De esa forma, la película es más sensiblera que sentida, más lacrimógena que emocional. Falla en las sensaciones pero también en la puesta en escena, y hasta ahí se llega porque el guión se convierte en una pieza muy discutible del engranaje. Al final es difícil saber si la película quiere ser una historia de amor, una sobre la familia, una acerca de la importancia de la música o incluso una sobre la madurez. No se llega a entender, porque la película es sumamente contradictoria en ese sentido y sobre todo con su final, lo que es importante de verdad para Mia. Y sin saber eso, el final hace que el andamiaje se derrumbe.
Quedan algunas secuencias atractivas, quedan momentos que sí pueden llegar a conmover, y queda una buena interpretación (una más) de su protagonista. Pero falta mucho para que el conjunto sea completo. Se antojan demasiados los 107 minutos que emplea Cutler para algo que, al final, supone una decisión que está lejos de argumentar con contundencia en su resolución. Sin conocer el libro en el que se basa, de Gayle Forman, quizá el deseo de incluir en la película todos los elementos que había en las páginas del mismo haya provocado que la coherencia se escape en la pantalla por entre las escenas y los saltos entre una y otra secuencia, pero lo que es evidente es que la construcción no es sólida. La cinta se sostiene por momentos muy concretos, pero a Cutler se le puede reprochar el poco cuidado que ha tenido en la puesta en escena, porque no se puede pasar de una escena en la que se niega el acceso a Adam a un sitio muy concreto a que después pueda estar a sus anchas incluso sacando una guitarra de no se sabe muy bien dónde.
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