Qué pocas sorpresas han deparado los Oscars de este año. Tan pocas que se puede defender con bastante legitimidad y acierto que la ceremonia fue bastante superflua. Los premios fueron a las manos de quienes se esperaba, la gala siguió unos cauces muy políticamente correctos, la música recuperó un protagonismo perdido y poco más. Se intuía que película y director no irían para el mismo título, y fueron demasiadas las estatutillas cantadas que fueron a manos de quienes ya se había señalado antes de la ceremonia. La Academia lleva tiempo sin grandes sorpresas y sin apuestas arriesgadas, en los premios y en la propia gala, y eso, al final, juega en contra de este evento mucho más que las siempre habituales críticas a la ceremonia, al conductor de la misma (este año conductora, Ellen DeGeneres) o incluso al mismo cine norteamericano. En los premios principales, sólo el que se llevó Lupita Nyong'o como actriz secundaria se puede catalogar de sorpresa, y bastante relativa porque ya había ganado el premio del sindicato de actores y estos son mayoritarios en la Academia.
Estaba más que cantado que Gravity iba a ser la reina de la noche, indiscutible en los premios más técnicos. Se llevó los galardones en las categorías de fotografía, efectos especiales, banda sonora, montaje, edición de sonido y mezcla de sonido antes de coronar su gran noche con el de mejor director para Alfonso Cuarón, un reconocimiento casi necesario vistos los premios anteriores por su trabajo descomunal tras las cámaras. En total, siete premios. Claro que ahí empiezan las contradicciones. Gravity es una película de prácticamente una sola actriz. Por mucha maestría técnica que tenga el filme, que la tiene, su éxito reposa en los hombros de Sandra Bullock, en la mejor interpretación de su carrera con mucha diferencia. Lo dijeron varios de los premiados en sus agradecimientos y no les falta razón. Pero Bullock se quedó sin estatuilla, porque en la categoría de actriz la ganadora fue Cate Blanchett por Blue Jasmine. ¿Justo? ¿Injusto? Son premios, una mirada de ese tipo no se corresponde con su naturaleza.
También parecía cantado que Gravity no se iba a llevar el premio a la mejor película, un camino que ya se emprendió cuando no estaba entre las nominadas en la categoría de guión (da para un larguísimo debate hablar de lo que hace bueno o malo un guión). Cuando John Ridley logró el premio al guión adaptado por 12 años de esclavitud, se colocó en una posición inmejorable, corroborada cuando su a priori gran rival, La gran estafa americana, sucumbió en la de guión adaptado al Her de Spike Jonze. Efectivamente, 12 años de esclavitud se llevó el premio a la mejor película pero apenas tres estatuillas en total. Sólo hay nueve películas en la historia que ganaron menos premios que la cinta de Steve McQueen incluyendo el de mejor película, y todas ellas en épocas muy, muy lejanas. El mayor espectáculo del mundo (1953), Rebecca (1941), Vive como quieras (1939), Cimarrón (1932), Sin novedad en el frente (1930) y Alas (1927) lograron dos, y La tragedia de la Bounty (1936), Gran Hotel (1932) y La melodía de Broadway (1930) sólo uno, el principal.
Entre los ganadores hay que contar a Dallas Buyers Club (la única de entre los grandes títulos de este año que aún no ha llegado a los cines españoles), que logró tres estatuillas como 12 años de esclavitud, y dos de ellas fueron para sus actores, Matthew McConaughey y Jared Leto. También a Frozen, que rompió la histórica injusticia de que Disney no hubiera ganado aún el Oscar a la mejor película de animación (el reinado de Pixar había sido indiscutible hasta ahora), superando además la retirada de Miyazaki en esa categoría y nada menos que a U2 en la de mejor canción. Triunfó Spike Jonze, porque así hay que entender que Her se llevara el Oscar al mejor guión original. Lo hizo también Blue Jasmine, película que salió galardonada gracias a Cate Blanchett y que no aspiraba a mucho más. Y triunfó, quizá siendo lo más inesperado de la noche, el estilo visual de Baz Luhrmann en El gran Gatsby, que logró los premios de vestuario y diseño de producción, ganando este segundo en contienda con la intratable Gravity.
¿Los perdedores? Más que evidentes: La gran estafa americana y El lobo de Wall Street, con diez y cinco nominaciones respectivamente se marcharon a casa de vacío. Ya es sabido que la Academia nunca ha reconocido demasiado el cine de Scorsese, error histórico que subsanó con Infiltrados, y el palo a David O. Russell, al que ya dejaron de lado con El lado bueno de las cosas en la edición del pasado año (sólo el Oscar a Jennifer Lawrence) quizá hay que entenderlo como un reflejo de la división de opiniones que ha generado La gran estafa americana, que ha suscitado tantos juegos de palabras con su título en español que casi parece que es una película para olvidar aunque esté muy lejos de serlo. Una lástima que su descomunal reparto se quede sin un solo reconocimiento. Capitán Phillips, la misma Her, Nebraska y Philomena ya habían alcanzado su techo con las nominaciones, y salvo el premio al guión de Spike Jonze parecía, de nuevo, cantado, que estas películas se irían también sin ningún premio.
Y es que todo pareció, efectivamente, cantado. Incluso que Ellen DeGeneres convencería relativamente. Empezó muy, muy bien, con personalidad, buenos chistes y prescindiendo del habitual vídeo inicial para darle un perfil propio a su trabajo, pero poco a poco decayó porque sus apariciones en la gala eran intrascendentes, para presentar a los presentadores y dar paso a la publicidad. Remontó gracias a la espontaneidad de las grandes estrellas de Hollwyood con sus números de las fotografía (en realidad, una más que calculada estrategia para arrasar en las redes sociales, que todo el mundo picase y poder presumir en la misma gala) y el gag de la pizza (Brad Pitt pasando platos, Harrison Ford cogiendo un trozo con avidez), pero no fue nada memorable. En realidad, todo muy preparado. Por eso, lo mejor de la gala fue la espontaneidad de Bill Murray para introducir a Harold Ramis entre los nominados a modo de homenaje, o el sentido aplauso que recibió Sidney Poitier cuando salió al escenario del brazo de Angelina Jolie.
En ese sentido, fue una gala algo extraña, en la que los homenajes fueron raros. El del aniversario de El mago de Oz, aún siendo imprescindible, es una sorpresa, porque cumple los mismos años la entonces reverenciada por la Academia, Lo que el viento se llevó. El homenaje a los héroes tan anunciado se quedó en un vídeo con una mezcla tan extraña que incluía al Rick de Casablanca o el Schindler de Spielberg junto a Superman o el Iñigo Montoya de La princesa prometida. La Academia prohibió los aplausos durante el In Memoriam (en el que no estuvo Sara Montiel, para cabreo de muchos españoles; ¿la Academia de nuestro país no tendría que hacer algo al respecto para que esos olvidos no se produjeran?), dejando el reconocimiento en un vídeo que, tristemente, se vio de una forma muy aséptica y menos emoción de la necesaria, aunque se agradezcan los reflejos de introducir a los nombres que nos dijeron adiós de forma más reciente como el de Harold Ramis. Frialdad y previsibilidad son malas compañías para una gala que llegó a las tres horas y media y que, por eso mismo, no fue nada memorable y sí algo decepcionante.
3 comentarios:
A mí estos premios ya me dan lo mismo, y no he visto aún ninguna de las nominadas, pero maliciosamente me alegro de que no haya ganado Leonardo Di Caprio. Me parece el Cristiano Ronaldo de Hollywood, me cae fatal.
Me da rabia que tantas buenas películas se fueran de vacío, pero se veía venir... Un saludo :)
Doctora, a mí me siguen entreteniendo, para qué te voy a engañar... A mí antes DiCaprio también me caía mal. Pero esto de trabajar con Spielberg y Scorsese le hizo aprender alguna cosilla... Hoy le tengo más aprecio.
Juan, de acuerdo en ambas cosas. Creo que había algún premio por ahí que se merecían otras películas, pero fue casi todo previsible.
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