Cómo le gustan a Stephen Frears las historias personales. Philomena no es una excepción en su filmografía, sino una reafirmación en el tipo de cine que disfruta haciendo, el que cuenta relatos más o menos pequeños, con buenos actores y normalmente muy bien escritos. Y sí, Philomena deja esa sensación de película sobresaliente en muchos momentos, porque Judi Dench y Steve Coogan se salen, sobre todo ella, gracias a una minuciosa construcción de sus personajes en el guión y unos diálogos afortunadísimos. Pero la cinta deja también una sensación contradictoria. Ese cartel de "basado en hechos reales" pesa más que de costumbres y es verdad que, de alguna manera, se nota demasiado que hay más realidad que película. Ese es quizá el mayor pero que se le puede poner a una historia bonita, de esas que conmueve al espectador al tiempo que a los personajes y que reivindica, con sus 98 minutos de duración, el enorme valor de las elipsis y de las películas bien estructuradas.
Lo cierto es que Frears no arriesga demasiado en la película y, sin embargo, toma decisiones inteligentes. No se puede decir que haya una sola escena en Philomena que no sea necesaria. La historia, tan sencilla como tiene que ser, es la de una mujer, Philomena (Judi Dench), que tuvo que renunciar a su hijo tras quedarse embarazada siendo adolescente y ser enviada a un convento irlándes, y que ahora, 50 años después y ya en su vejez, quiere localizarle. Gracias a su hija, contacta con un periodista que ha sido despedido de su trabajo como asesor en el Gobierno británico, Martin Sixsmith (Steve Coogan), que quiere dar un giro a su carrera con una historia humana. Más que la historia, importan los personajes. Y ahí Frears es un maestro. Apoyado en un guión magnífico, su precisión en el retrato es sensacional. Escena a escena, diálogo a diálogo, mirada a mirada. Como decía, nada sobra.
Y por eso lo que sobresale en la película es el trabajo de sus protagonistas. Es, efectivamente, una película de personajes y la complicidad que se establece entre Dench y Coogan es sublime, por momentos insuperable. Verles actuar es asumir una convicción absoluta en sus diálogos (magníficos, sobre Dios, sobre el sexo, sobre la vida) y una inmersión total en los personajes a los que dan vida, de forma que dominan tanto los momentos más cómicos como los más dramáticos de la historia. No es la favorita, pero con el espectacular nivel que hay este año en las categorías interpretativas de los Oscars, a nadie podría extrañarle que Judi Dench se llevara a casa la estatuilla. Y, ya que estamos, gracias a filmes como éste se puede insistir, con argumentos de peso, en la maravillosa necesidad de ver a actrices de su edad en papeles tan fenomenalmente construídos como éste. Dench tiene 79 años y está soberbia. No hay una reivindicación más hermosa que ésta.
Quizá la mejor descripción de Philomena sea la forma en la que acaba. Lo hace con un clímax emocional impresionante para los dos personajes protagonistas, con un gag que acompaña al fundido en negro que abre los títulos de crédito y con las ya algo cansinas imágenes reales de las personas en las que está basada el filme (¿no hay más formas de rendirles homenaje o es que el cine no encuentra otra forma de hacer ese tributo?). Es decir, una mezcla entre lo mejor y lo peor que tiene. Philomena es una de esas películas que deja un sabor de boca espléndido, pero a la que le falta algo para ser un título grande sin discusión. Frears sabe cómo hacer este cine sin meterse en jardines que no domina y explotando lo que mejor sabe hacer. Y si encima tiene a una actriz tan portentosa como Judi Dench, incluso un coprotagonista tan entregado como Coogan (coautor, por cierto, del guión), más de la mitad del camino ya está recorrido. Una propuesta sumamente agradable.
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