Casi se pueden considerar un género en sí mismo esas películas que nos acercan al modo de vida de una pequeña comunidad en la que aparece un elemento extraño. La gran seducción, a pesar de que el título pueda indicar otras cosas, cuenta los intentos de un pequeño puerto costero canadiense para convencer al médico que está allí durante un mes de que ese es el mejor sitio en el que puede vivir. La cosa tiene trampa, porque el lugar necesita que haya un médico residente para que se construya allí una gran fábrica que dé empleo a sus habitantes, y para ello intentarán satisfacer todos los deseos del buen e inconsciente doctor. Con ese argumento, es tarea sencilla saber qué va a pasar en la película y por dónde van a ir avanzando las tramas hasta llegar a un final previsible. Pero al mismo tiempo hay que reconocer el espléndido rato que proporciona la película, simpática y divertida, honesta (cuando curiosamente la mentira es uno de sus temas centrales) y bonita, por su historia, por sus personajes y por sus escenarios.
Esos son los tres pilares sobre los que se sustenta. La historia, por muchos tópicos en los que acabe cayendo, es original. Lo es desde su arranque, con un prólogo que es casi un homenaje a una forma de vida, la del pescador pero también la del hombre trabajador. Los escenarios son magníficos, porque hacen buena parte del trabajo de introducir al espectador en la película. Desde un punto de vista urbano, es fácil identificarse con el personaje del doctor, que cae en un mundo que le es ajeno y en el que no puede encontrar las comodidades que tiene en su vida cotidiana, y eso hace que la comedia funcione con mucha más facilidad. Y los personajes son la clave de todo. Por cómo están escritos y por los actores que les dan vida, desde los secundarios con menos minutos en pantalla hasta la pareja protagonista, la que forman Brendan Gleeson y Taylor Kitsch. Es muy difícil encontrar agujero alguno en un reparto que disfruta con la historia y que se convierte en lo más sólido de la cinta.
Cinta que, por cierto, casi parece un reverso de Mumford, película de 1999 escrita y dirigida por Lawrence Kasdan. Si en aquella un hombre se hacía pasar por un reputado psicólogo aunque no lo era y engañaba con su labia a todo un pueblo, aquí es al revés, es todo el pueblo el que engaña a su nuevo doctor para hacerle creer que todo lo que le gusta en el puerto es genuino. La mentira es, por tanto, el detonante de todo lo que sucede en la historia, pero no es una película que pretenda enjuiciar a nadie. Es más bien un retrato amable de una comunidad esforzada y desesperada, y de un tipo que busca su lugar en el mundo y de repente parece encontrarlo en el lugar más insospechado. Ese escenario, complejo de gestionar si se quiere cerrar una historia perfecta, es lo que acaba redundando en los tópicos pero La gran seducción se merece la indulgencia del espectador en ese sentido porque la diversión funciona y hay un encanto evidente en la película en todas las escenas, desde las relacionadas con el críquet hasta las que tienen que ver con la visita de los ejecutivos de la compañía.
McKellar, en su tercer filme como director, maneja bastante bien los tiempos, siempre sin salirse de lo esperable pero aprovechando el material que tiene entre manos. Y es que hay que reconocer que todos los objetivos que uno se puede plantear para una cinta como ésta quedan plenamente satisfechos. Una realización correcta, una historia agradable, un humor acertado, unos actores carismáticos y un escenario bonito en el que encaje la historia. Todo eso lo tiene La gran seducción, que no necesita de mayores artificios para ofrecer casi dos horas de un buen cine de escapismo, amable y divertido, que sortea con facilidad la falta de identificación que podrían provocar los elementos más localistas (el choque entre críquet y hockey, la pesca como modo de vida obsoleto) gracias al inmenso buen rollo que transmite la película. Y eso, aunque parezca poca cosa frente a las mayores expresiones artísticas del medio o ante guiones más profundos, también es un buen camino para hacer cine.
1 comentario:
¡Está entretenida! Pocas veces un remake llega al nivel de la película original. En el caso de “La gran seducción”, logra mantener (y mejorar, en algunos momentos) lo que ya pudimos ver hace 10 años de la mano del director Jean-François Pouliot. En esta nueva versión seguimos sin salir de Canadá, aunque cambiamos el francés por el inglés. La propuesta actualizada de Don McKellar nos vuelve a situar en un pequeño pueblo costero de Quebec, donde sus habitantes tratarán de ‘seducir’ al nuevo doctor para que se instale permanentemente. Este remake se gana a pulso la categoría de ‘cine para toda la familia’ gracias a los recurrentes tópicos y divertidas escenas que se suceden sin cesar. Sin embargo, la película vuelve a caer en los tópicos propios de las películas rurales, como la idea de que la gente verdaderamente auténtica vive en los pueblos. En definitiva, nos presenta un pueblo hecho a la medida del personaje de Taylor Kitsch, pero realmente trata de convertirse en el destino perfecto para el espectador. Ver esta propuesta nos asegura, dos horas de deliciosa comedia rural, junto con unas irresistibles ganas de viajar lejos de la gran ciudad.
Publicar un comentario