Regresos como el de Arnold Schwarzenegger son de los que invitan a pensar que, efectivamente, cualquier tiempo pasado fue mejor. Sabotage es una película mala, pero de esas que igual en los años 80 o 90 se le habrían perdonado, o incluso disfrutado, como sucedió con títulos del estilo de Commando o Eraser. Pero ahora, tras años retirado del cine, suenan a intentos desesperados por volver a llamar la atención. Y hay que reconocer que en Sabotage hay unos cuantos. Por ejemplo, Schwarzenegger no ha hecho nunca una macarrada como ésta con un tono tan marcadamente serio. Claro que eso mismo es lo que acaba provocando que el guión se enrevese hasta extremos inverosímiles y más bien mal explicados. En realidad, sin Schwarzenegger la película habría caído fácilmente en el olvido. Y lo malo, lo que tendría que plantearse el ex gobernador de California, es que probablemente tenga el mismo destino con él encabezando el reparto, algo que con los mencionados vehículos de acción no sucedió.
Además, aquellas películas eran simples divertimentos de acción en los que el mayor aliciente era ver a Arnie pegando tiros. Pocos, muy pocos pega en Sabotage como para que la experiencia sea salvable por ahí. El caso es que en la película hay elementos que incitan a pensar, al menos desde el punto de partida, que la ambición es mayor. Empezando por su director, David Ayer, cuyo anterior trabajo, Sin tregua, obtuvo buenas críticas, probablemente excesivas. Pero lo cierto es que hay tantos agujeros en la película, en el guión y en su desarrollo pero también en la construcción de los personajes (apenas se puede comentar nada en este sentido para no desvelar los giros de la historia), que casi resulta un desperdicio que la apuesta no haya sido la del espectáculo puro y duro, el que se intuye en algún momento pero que no termina de desarrollarse, por mucho que el grupo que lidera Schwarzenegger sea, en otro guiño nostálgico, casi una actualización del que encabeza en Depredador.
Lo que sí es inédito en la carrera de su protagonista es el tono macarra que desprende la película, la violencia mucho más extrema que en otras (viéndose algún que otro muerto en la escena de persecución, una arrogancia a la hora de manipular personajes y bastante más sangre de lo que suele ser habitual) y que aleja el filme del divertimento puro e inofensivo de los títulos ya mencionados para tratar de adentrarse en otro nivel, más adulto, que nunca llega a alcanzar precisamente por sus errores. Quiere ser una película que hable del duro trabajo de los grupos especiales de la agencia antidroga estadounidense y de los peligros que corren por su dedicación, pero eso queda en un plano tan apagado que cabe preguntarse cuál quería ser de verdad el mensaje del filme. Es ahí donde la película se complica innecesariamente y hasta extremos que llevan a la desconexión del espectador con respecto a la historia, donde se suceden los comportamientos inmotivados y donde se escapa la diversión que hay en algunos momentos.
Puede que Schwarzenegger nos malacostumbrara antes de cambiar el cine por la política, porque todas sus películas de acción previas son, por algún motivo, salvables y disfrutables. Pero las que ha hecho tras su regreso son casi todas olvidables (la excepción, El último desafío, sigue siendo mala, pero tan delirante que es facilísimo pasárselo bien con ella), y por eso no de extrañar que se haya puesto en manos de las franquicias que tanto éxito le dieron en su día (Conan y Terminator) para tratar de que su carrera todavía dé algo que merezca la pena. Sabotage no es, desde luego, la película que le devolverá a la primera línea de acción. Ayer, que debe su fama al guión de Training Day pero que aún no ha demostrado que ésta fuera una excepción, no aprovecha el carisma de Schwarzenegger (por quién es mucho más que por sus nada mejoradas dotes interpretativas) y, de hecho, hace que prácticamente todo el reparto excepto Olivia Williams pase bastante desapercibido. Como toda la película, en realidad.
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