Tienen razón aquellos que consideran la comedia el más complicado de los géneros, porque lo más difícil de conseguir de un espectador es una risa sincera, pura y continua. Por esa razón, los logros de El hombre que saltó por la ventaja y se largó hacen que se pueda decir, sin tapujos ni contemplaciones, que es, con diferencia y por talento, una de las mejores comedias de los últimos años. Si su procedencia sueca le resta público (por aquello de que a veces parece imposible recomendar una película nórdica sin quedar como un esnob o un cultureta de pega), será una tremenda injusticia, porque es una de las propuestas más originales y sorprendentes que se han visto en la comedia absurda contemporánea. Es una sucesión de risas sin dejar por ello de contar una magnífica historia. Basada en el best seller escrito por Jonas Jonasson y con la etiqueta de ser la película más taquillera de la historia de su país de origen, es complicado encontrarle un solo pero a esta comedia absurda, deliciosamente escrita y muy bien interpretada.
Esos dos detalles son importantes, sobre todo el primero porque aborda una doble narración. Allan Karlsson (Robert Gustafsson), el hombre que vemos al comienzo de la película, es un anciano del que lo primero que sabemos es lo mucho que le gustan los explosivos. Por esa razón y un episodio muy concreto en el que da rienda suelta a esa afición, acaba internado en un geriátrico y, haciendo honor a lo que dice el título, el día en el que cumple cien años simplemente abre la ventana y se escapa. Así, sin más, con un divertidístimo acompañamiento musical. A partir de ahí, vivimos un doble viaje. El primero es esa huida, sencilla, natural, casi inadvertida. El segundo, el pasado de Allan, que de una manera destenillante se va convirtiendo en un espectacular resumen de la historia política del siglo XX, pues el protagonista se ve envuelto en destacados acontecimientos al lado de personajes más que reconocibles. La casualidad es el motor de la historia y eso potencia la diversión de una forma brillante.
El segundo detalle que destaca con luz propia en el éxito colectivo de la película es el reparto, que es lo que termina de dar valor al resultado final. Gustafsson, encabezándolo como protagonista, se muestra como un cómico brillante, pero no es más que la punta del iceberg. Y es que la película va presentando una serie de personajes delirantes, originales y que colaboran en este teatro del absurdo en que se convierte el relato con una naturalidad sorprendentemente realista. Son retratos exagerados, eso es obvio porque si no mala comedia absurda sería, pero hay rasgos claramente vinculables a la vida real en el comportamiento de todos ellos, lo que se mezcla con una enorme absurdez que roza la caricatura en algunos de los antagonistas y, especialmente, en los memorablemente divertidos retratos de los conocidos dirigentes europeos del siglo XX que aparecen. Y como Felix Herngren, director del filme, va hilando con brillantez tanto la aparición de cada nuevo personaje como los episodios del pasado de Allan que se van sucediendo a modo de flashbacks, no queda más que rendirse al tremendo poder de los gags que va coleccionando.
En El abuelo que saltó por la ventana y se largó funciona absolutamente todo. Desde su rocambolesco título a sus muchos golpes de humor, pasando por una ambientación perfecta para hacer creíble la presencia de Allan en escenarios tan diversos como la Guerra Civil española o las pruebas de las bombas atómicas norteamericanas, e incluso por la absurda trama criminal que se desencadena al poco de empezar la película y que, de alguna manera, recuerda a aquellas genialidades que hacían los hermanos Coen cuando todavía eran geniales (es decir, hasta El gran Lebowski). Son casi dos horas de película que se pasan en un auténtico suspiro, es una comedia auténtica y sincera, tan alocada y absurda como muy bien escrita, con un reparto sencillamente perfecto y un final redondo. Si es que no se le puede pedir más a una película que, por desgracia, mucha gente no llegará a conocer porque no hay superestrellas en ella. Muy, muy, muy recomendable.
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