Lo que propone Open Windows es sencillo de definir. Es una ida de olla de Nacho Vigalondo. Tal cual. Eso se puede interpretar de múltiples maneras, pero a poco que se conozca la trayectoria de Vigalondo cada espectador sabrá exactamente si eso le incita a ver la película o a huir de ella. Parece innegable que el director se lo ha pasado de miedo rodándola y que sus incondicionales sentirán más o menos lo mismo con este thriller trepidante que se cuenta a través de ventanas de vídeo abiertas en un portátil prácticamente de principio a fin. Lo que decepciona es que al final todo parece un enorme castillo de naipes que, por muy bien que se sostenga durante la película, puede caer con la misma facilidad cuando se comprenda que la única pretensión real del filme, diversión y locuras aparte, es abrir la bata de Sasha Grey. Demasiadas complicaciones en el último tercio del relato para llegar sólo hasta ese premio y perdiendo el interés por saber quién es el bueno, quién el malo y por qué actúa cada cual.
Open Windows llega hasta los 100 minutos y en todos ellos se pueden encontrar momentos divertidos, eso parece difícil de rebatir. Vigalondo disfruta con lo que hace y se nota. Se ve en el delirante prólogo, en su homenaje al cine de terror de serie B (¿o es Z?) y el autohomenaje que se rinde a sí mismo con algo más que un cameo, con la referencia ineludible a La ventana indiscreta de Hitchcock y con una estructura que no deja de recordar durante muchos momentos al Grand Piano de Eugenio Mira, película seguro que nada casualmente también protagonizada por un Elijah Wood que prácticamente repite el papel con dos o tres matices que tienen que ver con la condición de cada personaje (músico allí, fan aquí). Quizá ese claro parecido juegue en contra de Open Windows, porque suena a algo ya visto, por mucho que el seguimiento de la acción a través de la pantalla de un portátil y las ventanas abiertas en él tenga un toque de originalidad. Aún así, todo es tan frenético que no hay tiempo para el aburrimiento. Y, probablemente sea algo buscado, tampoco para la reflexión.
Como no hay reflexión, tampoco hay demasiada implicación. Lo que se busca es que Elijah Wood luzca su cara de preocupación, que Sasha Grey se exhiba (con y sin bata) y que la historia genere un grado de sorpresa suficiente como para que el final no se derrumbe ante los ojos del espectador. Pero algo sí se derrumba, precisamente porque en el fondo ya no importa demasiado cuando alcanzamos uno de los muchos giros que se producen en su tramo final. Y es que la motivación de la historia acaba siendo tan escasa que no da para sustentar una intriga del calibre que pretendía sostener Open Windows. Por eso, lo mejor es no tomársela demasiado en serio. Simplemente sentarse en la montaña rusa que propone Vigalondo puede ser la mejor opción para disfrutar de la película, sin prestar atención a los más que clásicos agujeros de guión que hay en estas intrigas o en el comportamiento anómalo de algunos personajes para justificar el avance de la historia.
A Vigalondo le gusta ser un pequeño gran gamberro en esto del cine, una distinción de la que sin duda puede presumir, y esa es la parte más disfrutable de su último trabajo. La gamberrada va desde su propia aparición hasta diálogos en los que se presume de que el personaje de Sasha Grey, ex actriz porno, nunca ha enseñado sus pechos. Open Windows quiere ser original y trepidante, y aunque consigue más lo segundo que lo primero sí se le puede reconocer con mucha facilidad que no produce aburrimiento. Si que redunda en algo de desconexión emocional e intelectual con el fondo para quedarse en la forma, en algo de intrascendencia en su historia para quedarse con momentos puntuales, sobre todo con un tramo final que peca de demasiado complicado sin necesidad. Y sobre todo, por influencia directa del director, con el momento de la bata de Sasha Grey, una actriz que se ve envuelta en una turbia historia de voyeurs, extorsionistas, fans, hackers, novios y amantes. Todo así, junto y revuelto, pasado por la batidora de Vigalondo.
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