No parece casual que Ahora y siempre llegue a los cines españoles dos años más tarde de su estreno británico original y justo una semana después de Bajo la misma estrella, una película con la que comparte temática y objetivos. Ambas parten de una adolescente enferma, incurable, en este caso con leucemia, lo que consigue lágrimas con facilidad a lo largo de la historia que cuentan. Es verdad que lo hacen por caminos divergentes, aquella por una apuesta optimista y feliz y ésta desde un drama más abierto y evidente, pero son películas fácilmente emparejables, que basan su apuesta en el tema que tratan y en la solvencia de la pareja protagonista, aquí formada por Dakota Fanning y Jeremy Irvine, y en la que sobresale especialmente ella. En realidad son sólo ellos, los actores, los que abandonan el confort de los clichés para tratar de dar algo más, porque la película cumple con casi todos ellos.
De la misma forma que Bajo la misma estrella, es difícil calificar esta película como mala, aunque también es igualmente sencilla la tentación de relacionarla con los telefilmes que pueblan las sobremesas, con sus historias reales y sus dramas cotidianos. Ol Parker, director y guionista de la cinta, se pone por segunda vez detrás de la cámara (la anterior, Rosas rojas, data nada menos que de 2005) y no sale de ese cordón de seguridad temático. Quizá lo más destacable de su enfoque esté en la crudeza con la que muestra en algunas escenas la enfermedad de Tessa, que así se llama la adolescente protagonista. No edulcora esas escenas, aunque en el fondo la historia sí parezca haber pasado por un tapiz de esperanza, que en lugar de volcarse en la enferma, un personaje cínico y descreído precisamente por el destino que le aguarda, lo hace en la gente a la que va tocando a su alrededor.
Eso es quizá lo más atractivo de la película, que incluso mostrando la enfermedad, el proceso, sus síntomas y sus consecuencias con más detalle de lo que suele ser habitual (y, ojo, eso se agradece cuando en ese mundo se utilizan con tanta facilidad los eufemismos), su mensaje gira en torno al efecto que produce una persona en otras. La enfermedad es, en ese sentido, accesoria. Tessa no marca a los demás por ser una persona enferma, sino por la clase de persona que es. Lo curioso es que, a pesar de lo fascinante que es ese concepto, es la forma en que se utiliza lo que acaba restando credibilidad a la película y sumergiéndola en un terreno algo inverosímil por momentos y sujetado esencialmente, como ya se ha dicho, por el buen trabajo de los actores.
Dakota Fanning, toda una sorpresa cuando hace ya más de una década conmovió a todo el mundo en Yo soy Sam, se ha visto adelantada por su hermana Elle. Pero mientras ésta personifica un mundo luminoso y encantador que domina a la perfección, la mirada y la expresión de Dakota siguen asombrando por su madurez y por la cantidad de matices que muestra. Irvine, uno esos eternos chicos buenos, es el complemento perfecto. Y, como siempre en este tipo de historias, en los secundarios se vuelcan todas las sensaciones que se quieren ir transmitiendo (los padres, el hermano, la amiga...). Ahora y siempre es una película lacrimógena que busca atacar directamente a las emociones del espectador. Y eso, tampoco se le puede negar, lo consigue en muchos momentos, especialmente en el tramo final. Eso y el trabajo de los actores es lo que ofrece la película para quien lo quiera comprar, que sin duda hay un público para este tipo de cine si se sigue haciendo sin salirse de los parámetros ya conocidos.
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