Cuando hace un par de años se estrenó Más allá del tiempo sucedieron dos cosas. Por un lado, confirmé que ahí había una actriz interesante, Rachel McAdams, a la que ya había visto con cierta fascinanción en La sombra del poder. La segunda, que el romanticismo no estaba tan muerto para el cine como pensaba entonces. Han pasado más de dos años desde entonces y llega ahora Todos los días de mi vida, una película que no que sea mala en sí misma pero que en cierta medida me devuelve a la casilla de salida. McAdams sigue siendo una presencia estimulante, pero el romanticismo todavía no ha encontrado nuevas vías en el cine que marquen diferencias con las docenas de películas de temática similar que inundan los cines cada año. Lo que está claro es que este filme, insuficiente eso sí, no engaña a nadie. Es una historia romántica de superación de las dificultades que jamás podrán con el amor y que está basada en hechos reales. Si es que esa misma definición prácticamente lo dice todo sobre este título.
El cine romántico por sí mismo, que no hay que confundir con el romanticismo en el cine, es algo que nunca me ha llamado mucho la atención. No suele tener nada especialmente destacado en facetas como el guión, la dirección o la creación de un universo propio en la pantalla. Todos los días de mi vida, con el debutante Michael Sucsy tras la cámara (tenía en su haber una película para televisión), no es una excepción. Es lo que es y nadie se puede sentir engañado. Una pareja feliz sufre un accidente y ella pierde la memoria, se olvida de él y de esa felicidad que tenían juntos, así que toca empezar de cero afrontando los fantasmas del pasado de ella para tratar de recuperar su vida. Gran amor, gran dificultad que se pone en su camino y gran tópico en su conjunto, que no por ser real es más realista en la pantalla. Al final supongo que el éxito de este género depende en buena medida del estado sentimental del espectador y de la compañía que tenga al ver el filme, así que allá cada cual porque, lo dicho, no engaña.
La química entre la pareja protagonista es esencial para que una película así pueda convencer. He aquí el primer problema de Todos los días de mi vida. Problema que se enfoca en la parte masculina de la pareja. Channing Tatum es más pasable como héroe de acción (G. I. Joe) que como moderno galán romántico. La verdad es que el guión no se lo pone fácil, porque todo el foco está en ella, en sus recuerdos, en su vida, en su historia. A él no le quedan más que los amigos secundarios, de entre los que sólo destaca una, la que interpreta con desparpajo y simpatía la canadiense Tatiana Maslany. Pero con Rachel McAdams no hay química, o al menos no la que uno espera. Ella brilla, como siempre y por breve que sea su papel, porque tiene una presencia magnética, encandila con cada gesto y hace creíble que él pueda estar locamente enamorado de ella. Pero Tatum avanza en la historia porque lo pone el guión, no porque sus sentimientos traspasen la pantalla y lleguen hasta las butacas.
Otro elemento imprescindible de este tipo de películas es el trío que forman los personajes secundarios, los actores de prestigio y las subtramas del guión. Y no llega a funcionar correctamente en Todos los días de mi vida. La elección de los actores no es mala en sí misma. Muy al contrario Sam Neill y Jessica Lange son dos nombres apetecibles, pero se me antoja harto improbable verles como los padres de Rachel McAdams y sus personajes no tienen la fuerza deseable, ni en el papel ni con sus interpretaciones, todo bastante plano. Se supone que son parte del motor del conflicto que convierte a la protagonista en la mujer que era antes del accidente, pero hay que escarbar demasiado para encontrar algún atisbo de esa pretensión. Como con el personaje de Tatum, el avance es por simple inercia, no porque la psicología o el drama estén logrados. Y como el azúcar tiene que acabar llenando películas como ésta, el don de la sorpresa tampoco forma parte de este cóctel.
Todos los días de mi vida (una traducción demasiado light de un más poético The Vow, Los votos) tiene escenas hermosas que calentaran cualquier corazón que se haya sentido enamorado (la peculiar boda, el baño nocturno), y momentos duros (el momento del despertar de ella o la conversación que sigue a la pelea de la boda tradicional) que romperán ese mismo corazón en la misma medida que se sienta empatía por los protagonistas y las situaciones que viven. Pero, con notables agujeros en su guión, un exceso de buena voluntad en todos sus elementos y reacciones no muy claras de algunos personajes, no termina de alcanzar la credibilidad que se le tiene que exigir a una historia de estas características. Y es que por mucho que esté inspirada en una historia real la manera de contarla siempre influye más que el hecho en sí mismo para llegar al espíritu y al corazón de cualquier espectador que quiera pasar algo menos de dos horas con esa historia. La verdad es que una vez acabada de ver, me queda Rachel McAdams como lo único verdaderamente destacado de esta película. No es poco, ella nunca es poco, pero tampoco demasiado para que la película triunfe.
2 comentarios:
He visto "Chicas malas" muchas veces, pero le había perdido totalmente el rastro a Rachel McAdams, no sabía que había hecho tantas pelis últimamente, ni que fuese tan famosa.
Creo que no es una tía muy conocida en nuestro país, (vamos, que no es precisamente un reclamo para ir al cine) y si es lo mejor de la peli pues...
Doctora, aunque Rachel McAdams no sea muy conocida aquí, yo llevo siguiéndole ya la pista unos años y me suele convencer bastante. Es verdad que no parece un buen reclamo, pero en lo que a mí respecta me gusta mencionar su nombre como su merece, porque siempre me gusta.
Publicar un comentario