martes, marzo 20, 2012

'Mi semana con Marilyn', demasiado esfuerzo mimético

Hay una creciente fascinación por la recreación en pantalla de figuras históricas reconocibles. Hace muy poco, causó furor (y ganó el Oscar) la de Margareth Thatcher por Meryl Streep. Y hay una vertiente muy popular de esta tendencia que es la de actores interpretando a actores. Cuando se anunció que Michelle Williams iba a interpretar a Marilyn Monroe mi reacción fue de frialdad, pues, salvo el rubio de su cabellera, veía poco parecido entre ambas. Después de ver Mi semana con Marilyn el juicio sobre ella es bastante más benévolo que entonces, pues su trabajo de mimetismo es importante y notable. Pero no deja de ser eso, mimetismo. Y eso hace que no termine de ver con los mismos ojos una historia rodeada de lugares comunes que, no obstante, se ve con agrado, y más aún si se tiene por el cine y su historia el cariño que yo tengo. Aún así, no deja la huella que sí dejaba, hay que decirlo por tramposo que sea el argumento, la mejor Marilyn. Demasiado esfuerzo mimético se lleva por delante la posibilidad de hacer una película sobresaliente.

Mi semana con Marilyn es una mirada nostálgica al rodaje de El príncipe y la corista, filme que dirigió y protagonizó Laurence Olivier junto a Marilyn Monroe en 1957. Y lo que cuenta la película es el tiempo que pasó Colin Clark con la tentación rubia después de que el entonces marido de la estrella, Arthur Miller, abandonara el rodaje. Ese material lo recopiló primero en dos libros que Adrian Hodges convirtió en guión cinematográfico para que lo dirigiera Simon Curtis. No se cuenta con mucha experiencia cinematográfica ni en la dirección ni en la escritura, pero sí televisiva, medio del que proceden ambos. En todo caso, no hay que pensar demasiado para saber que el éxito o el fracaso de la película dependía de que la caracterización de Marilyn (y, en una medida algo menor pero en el fondo igual de importante, de Laurence Olivier) funcionara. ¿Funciona? Sí y no.

Sí funciona porque Michelle Williams hace un papel espléndido. No es el mismo tipo de mujer que Marilyn, ni en el físico ni en comportamiento, pero se mete en su piel con suma habilidad. El trabajo es especialmente notable en la voz y en ciertos ademanes de la inolvidable protagonista de Con faldas y a lo loco. Y no funciona porque, en el fondo, lo que vemos no es más que una fotografía tópica de Marilyn. Quizá ella fuera así, pero lo que plasma la película no deja de ser lo que ya sabemos sobre aquella actriz que se perdió antes de tiempo y se convirtió en leyenda e icono de la historia del cine, una mujer que nadie supo querer, un juguete roto que nunca pudo ser realmente feliz. Y, sí, Michelle Williams transmite esa impresión con su trabajo, logra alcanzar incluso el nivel de sexualidad que desprendía Marilyn. Pero no hay una profundidad psicológica en el personaje que impresione tanto como el envoltorio. Eso es más culpa del guión y la dirección que de la propia actriz.

La magnética presencia de Marilyn se lleva por delante a quien tendría que ser y de hecho es el protagonista de la película (el mencionado Colin Clark, tercer ayudante de dirección de El príncipe y la corista, interpretado por Eddie Redmayne), pero no tanto a la otra gran estrella de la película. La nominación al Oscar a Kenneth Branagh por dar vida a Laurence Olivier fue una sorpresa pero, en el fondo, también un justo reconocimiento a un más que notable actor al que la dimensión que alcanzó como director (y las comparaciones, siempre odiosas, de aquellos años primerizos nada menos que con los de Orson Welles) devoraron en buena medida. Pero Branagh es un intérprete más que notable y su trabajo aquí evidencia que tiene un hueco como actor en el cine contemporáneo al margen de su labor de realización. Quizá sin tanto apego al detalle y al mimetismo como la Marilyn de Michelle Williams, pero borda su papel. La dinámica entre ambos, por desgracia, se antoja escasa, porque las escenas que comparten están entre las mejores de la película.

El resto del reparto confirma las sensaciones que deja la película. La presencia de Emma Watson parece más un guiño comercial a los fans de Harry Potter que la oportunidad de desarrollar algún personaje, sea el suyo o el del protagonista. Las de Julia Ormond (como Vivien Leigh), Judi Dench o Derek Jacobi o Toby Jones suponen el toque de calidad con los secundarios que quiere toda película con aspiraciones, y más si es británica como ésta. Resumiendo, Mi semana con Marilyn quiere ser un poco de todo y no sé si termina siendo lo que aspiraba a ser. Porque presenta una historia con bastantes ganchos, y Marilyn si algo sabía hacer era precisamente enganchar, pero no consigue perdurar en la memoria. Es más que visible y tiene toques de interés, pero más a cuenta de los intérpretes que del resto de responsables del filme. Lo que le falta, en realidad, es espíritu. Y eso, hablando de Marilyn, es un pequeño gran pecado que lastra demasiado el resultado final, aunque se vea con agrado y la nostalgia de una forma de hacer cine que no sé si en el fondo ha cambiado tanto en algunos aspectos.

2 comentarios:

Sonix dijo...

La tengo pendiente de ver. Es de las pocas que me ha ido quedando de las que tenían nominaciones para los Oscar, y no sé por qué, me da pereza. Estoy segura de que me agradará la actuación de Michelle Williams, porque es una actriz que me gusta, pero no estoy tan segura de si eso bastará para disfrutar de la película. Y más leyendo lo que nos acabas de contar.
A ver qué me parece cuando la vea.
Un beso!

Juan Rodríguez Millán dijo...

Sonix, no me dio pereza porque Marilyn es para mí una imprescindible, pero sí que la vi pensando más o menos en lo que al final me ha resultado ser. La recreación es muy buena, pero la verdad es que disfruté tanto o más con Kenneth Branagh. Ya me dirás...