Steven Soderbergh es un director que siempre busca rizar el rizo. Siempre busca algo diferente, rompedor y definitivo. Da igual de qué vayan sus películas. Se le puede reconocer, pero no es necesariamente un mérito. Con Indomable da la impresión de que quiere hacer la historia definitiva del supersoldado de operaciones encubiertas traicionado, pero con la vuelta de tuerca adicional que supone que la protagonista sea una mujer. Una mujer que en la vida real es una luchadora y no una actriz, lo que destroza sus opciones dramáticas y abre campo en las peleas que Soderbergh registra con su cámara. Ambas cosas no pueden ser y, de hecho, no son. Como tampoco puede ser que en cada una de las películas de este director haya un conjunto de actores famosos que estén dispuestos a dar lo mejor de sí mismos. Tampoco es en Indomable. Y si todo eso se reúne bajo un guión inverosímil, repetitivo y hasta cierto punto absurdo, el resultado es una imposible cuadratura del círculo que deja al espectador tan frío como un cadáver.
El objetivo fundamental de Soberbergh en Indomable, el único que realmente alcanza, es crear una película de acción diferente en el que todas las peleas sean en planos largos, todo sucede en cámara y no por efecto de un bombardeo en el montaje o el trabajo de los especialistas. La primera pelea sorprende por ese motivo. Es dinámica, emocionante, sucia, real pero cargada de la irrealidad de las películas, y la figura de Gina Carano, su principal protagonista, crece en atractivo visual con una especie de ballet violento. La segunda pelea repite el esquema. La tercera ya comienza a cansar, no por falta de elementos de interés en sí misma sino por una inevitable sensación de repetición, por muy diferentes que sean el escenario, los movimientos y el rival. Y la cuarta, la que tendría que haber sido la más espectacular por tratarse del clímax de la película, directamente nos la omite Soderbergh, sabedor seguramente de que ya ha perdido el efecto de la sorpresa. Cuando acaba la película, el único motivo para la satisfacción está, de hecho, en las peleas.
Si esto es así es porque Soderbergh no se detiene en otra cosa que no sea el despliegue físico de Carano, una atleta profesional que, como decía, encandila con sus movimientos pero chirría en la película como actriz. Muchísimo. Cuando no pelea, da la sensación de estar interpretando una acotación del guión que pone "mirada intensa". Y lo peor de todo es que esa sensación no se tiene porque el reparto de caras conocidas que desfila por la película den lo mejor de sí mismos. Al contrario. Antonio Banderas y Michael Douglas son los que mejor parados salen de sus minúsculos papeles (la película no llega a 90 minutos y, como decía, tiene abundantes peleas que se llevan buena parte del metraje), más por clase que por el desarrollo de sus personajes. Pero ni Michael Fassbender ni Ewan McGregor, por supuesto no Channing Tatum a pesar de que no desencaje su aspecto en el papel que tiene, logran ser medianamente convincentes. Y así seguimos hilando con los defectos de la película para dar con el principal lastre de Indomable, un guión inane y poco convincente a pesar de la habitual estructura que quiere guardarse una sorpresa para el final (y que Soderbergh usó, sin ir más lejos, en su película más reciente, Contagio).
Es evidente que la historia, como tantas otras películas similares, requiere un esfuerzo de ingenuidad del espectador, pero aquí el exceso parece descomunal (sobre todo si hay que creerse que a la protagonista le es realmente útil contarle su historia a un ciudadano anónimo... sin que se sepa en realidad muy bien por qué o para qué). En realidad, parece que Soderbergh se ha buscado una excusa poco elaborada para colocar a Gina Carano como protagonista de su filme (¿por qué resulta tan difícil en el cine moderno crear una heroína atractiva, y no hablo del físico, en una película que funcione se tenga o no materia prima para hacerla creíble?) y para rodar en localizaciones exóticas para el espectador americano como Barcelona o Dublín, porque todo lo demás sabe a poco o directamente no sabe a nada. Soderbergh insiste en marcar distancia con los géneros que trata en busca de la película definitiva, pero a mí no consigue provocarme ninguna emoción. Y también confirma algo que deja ver incluso cuando sí consigue que una película funcione, como Traffic: que los finales no son lo suyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario