Van ya nueve películas basadas en las novelas de Nicholas Sparks, y aunque ya se podía decir desde hace unas cuantas de ellas, Lo mejor de mí confirma que vista una, vistas todas. Los mecanismos son los mismos, los personajes son casi idénticos, las situaciones de conflicto terriblemente similares y no parece haber un gran salto entre ellas, más allá de la lógica modificación de los actores principales y algún que otro mínimo recurso narrativo, aquí la presencia de dos parejas de actores que se llevan veinte años para contar dos momentos diferentes de la asumible historia de amor. Pero lo cierto es que detrás de esa excusa se esconden películas más bien flojas, previsibles, estiradas y a ratos incluso aburridas. No es que esta sea la peor de la lista, y desde luego es una mejora evidente con respecto a la anterior, la más que olvidable Un lugar donde refugiarse, pero nada aporta. Bueno, aporta dinero en la taquilla de los convencidos. Quien guste de las historias de Sparks, desde luego disfrutará de este pese a sus evidentes defectos.
El principal viene a ser el cásting. Y no porque sea necesariamente malo, que no lo es, pero sí porque comete un error de base, y es que es dificilísimo ver al mismo personaje en las dos parejas de actores escogidos. Algo sí se puede atisbar entre Michelle Monaghan y Liana Liberato, pero resulta casi imposible asimilar que James Marsden y Luke Bracey se están ocupando de idéntico papel en el presente y en el pasado. Ni por sus rostros, ni por su forma de actuar, ni siquiera por su altura o su lenguaje corporal. Con esa desconexión ya rompiendo esta película con indudable alma de telefilme, es difícil entrar en ella. Y más si tenemos en cuenta que hay un enorme desequilibrio entre los protagonistas. Con diferencia, ella es lo más interesante del presente y él lo es del pasado, porque el guión les reparte así la gloria, no por el trabajo de los actores. De hecho, en Liana Liberato se intuye mucho más de lo que la película le deja mostrar.
Pero incluso aunque se quiera admitir cierto carisma en el reparto, la dirección de Michael Hoffman no tiene la garra necesaria para convencer. Le penaliza, de hecho, ese estilo Nicholas Sparks que salta de una película a otra sin que importe demasiado quien se sienta en la silla del director, con una música casi intercambiable y unos recursos narrativos demasiado parecidos. Pero siempre se puede hacer algo más y el responsable es obviamente él. Tampoco ayuda la necesidad de respetar por completo la novela original, algo que en lo que el cine actual cae en demasiadas ocasiones, lo que añade alguna trama que termina alargando la película de más, intentando buscar más drama, más emotividad o más romanticismo. El caso es convencer a un público ya convencido, y eso seguro que lo hace Lo mejor de mí. Es inevitable. Es puro cine de sobremesa con la firma de un escritor que cuenta con muchos seguidores, y al no salirse de lo previsto es obvio que tiene todas las de ganar en su target.
¿Y para quien no esté en ese target? Pues más bien poca cosa. De hecho, alguna escena despierta risas que no debería provocar. Quizá la tabla de salvación sea la baza ya apuntada, el reparto, aunque tampoco se trata de actores de primer nivel que puedan arrastrar público a los cines. Por eso, en el fondo, da cierta rabia que se sigan repitiendo con tanta facilidad estas películas clónicas, de coste reducido y que tienen muchas papeletas de recuperar la inversión con cierta solvencia para seguir alimentando esta rueda de producción. Al fin y al cabo, Nicholas Sparks tiene ya 17 novelas publicadas y tiene unos saludables 49 años que le permitirán seguir escribiendo durante muchos años, con lo que hay material más que de sobra para seguir esperando más películas como Lo mejor de mí que aumenten la leyenda cinematográfica de Nicholas Sparks, que arrancó en 1999 con Mensaje en una botella y alcanzó su cúspide de fama en 2004 con El diario de Noa. Pues eso, más de lo mismo.
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