Divergente fue una de las muchas muestras de cómo el cine espectáculo hollywoodiense se está dejando llevar por los caminos más fáciles y, por extensión, más equivocados. Y si la primera película ya era como poco discutible, la segunda confirma que el problema está lejos de solucionarse. Es un producto clónico, eso ya se ve desde la publicidad de la franquicia, con lo que no hay que esperar más que eso, la repetición de esquemas, personajes, escenarios y hasta moralejas. Pero en el caso de Insurgente eso añade también una dejadez notable en aspectos que tendrían que ser clave para que una saga de este tipo enganche. Hay personajes planos y no sólo entre esos secundarios que simplemente desaparecen y reaparecen a conveniencia, hay errores de continuidad clamorosos, situaciones inexplicables que afectan incluso a los conceptos fundamentales de la historia. Y a cambio no hay nada especialmente memorable y todo se ve venir a la legua.
Pero el modelo funciona desde el punto de vista industrial, por muchas críticas que se le puedan hacer. La primera película multiplicó por tres su presupuesto en la taquilla. Y esta segunda entrega será también un éxito, porque ya está anunciada la entrega final de la saga... por supuesto dividida en dos partes, porque por lo visto ya no se puede acabar una saga de fantasía juvenil si no es en dos películas más. El simple concepto de la franquicia es una triste continuación de la moda que Hollywood ha implantado y que todavía no ha servido más que para engordar las carteras de los productores, porque no hay ninguna película dividida en dos o más partes que pueda presumir de ser un acierto cinematográfico o que realmente lo necesitara por causas estrictamente relacionadas con la narrativa. Es simplemente estirar y estirar sin sentido alguno. Tanto es así que Insurgente llega a las dos horas con un punto de partida realmente modesto, la de una caja que sólo puede abrir un divergente y cuyo contenido se desconoce.
Con esa débil excusa para un filme tan largo (y que se hace muy, muy largo), Robert Schwentke demuestra que la deliciosa Más allá del tiempo fue una casualidad en una filmografía cada vez más descendente después de la terrible R.I.P.D. Departamento de policía mortal y la sobrevalorada RED. Sus escenas de acción son rutinarias y repetitivas, apoyadas en el uso de unos efectos visuales resultones (hasta el travelling aéreo casi final, que parece sacado de un videojuego de hace algunas décadas) y no presta demasiada atención a los personajes más allá de la protagonista, Tris, interpretada por Shailene Woodley con cierta intensidad pero con menos fondo del que puede parecer. Ella encabeza un reparto que sobre el papel es atractivo pero entre el que sólo destaca Miles Teller. Parece obvio, y es otra de las características de este cine, que los grandes nombres quieren salir en sagas como esta y las productores les quieren, pero el interés que añaden es muy escaso, como sucede con Kate Winslet o Naomi Watts, principal añadido de la secuela.
Schwentke ni siquiera saber dar salidas dignas a los personajes que se quedan por el camino (el colmo es el final de la película) y parece que el avance de la historia es pura rutina, porque las cosas tienen que suceder para seguir explotando el bolsillo del consumidor habitual de estas sagas. Por eso no sorprende demasiado la escasez de ambición en la adaptación del libro a la pantalla (se supone que hay una guerra, pero que nadie espere verla), los vaivenes de los personajes con o sin explicación o la repetición de los esquemas de la primera película. Insurgente, como ya le sucedía a Divergente, es un filme de consumo rápido. Seguramente le gustará a los consumidores habituales de estas sagas clónicas en objetivos y recursos, pero el éxito comercial no esconde el pobre resultado cinematográfico que ofrece. Sirve para pasar un rato, pero es tal el descuido con el que se ha realizado que vista en serio amenaza seriamente con cabrear. Y queda todavía ese episodio final desdoblado en dos películas como un año de diferencia. Paciencia.
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