Hay muy poco reprochable en Belle. La segunda película de Amma Asante, después de una década sin dirigir, es una correcta aproximación histórica a uno de los casos que sentó las bases del abolicionismo en el Reino Unido, a través de Belle, hija ilegítima del único hijo del presidente del Tribunal Supremo británico que tuvo que decidir sobre un caso terrible, en el que docenas de esclavos fueron arrojados por la borda de un barco carguero. Tratando este tema, es obvio que es una película que toma partido. Lo hace con las decisiones más lógicas, academicistas y sencillas, dejándose llevar por los aciertos del filme (en especial, su adecuada ambientación de finales del siglo XVIII y un reparto muy interesante en general), aceptando la previsibilidad del desenlace como la única forma posible de completar la historia y pensada para todos los públicos, lejos de la crudeza de 12 años de esclavitud o el dramatismo de la infravalorada Amistad.
Belle está planteada como una película en la que el papel protagonista ha de sobresalir con fuerza. El título es parte del nombre de una niña negra (aunque, curiosamente, no es el nombre por el que atiende), criada en una posición social adinerada pero con los problemas aparejados a su raza. Siendo la tercera película (más alguna serie) de su actriz principal, Gugu Mbatha-Raw, y la primera en la que lleva el peso de la cinta, su trabajo es satisfactorio. Pero incluso con escenas notables, no es lo más potente que tiene que ofrecer Belle, y eso se acaba notando. La película crece cada vez que aparece en pantalla Tom Wilkinson y desnuda ligeramente las lógicas carencias por falta de experiencia de Mbatha-Raw, cuya interpretación, aún siendo ajustada, se deja llevar mucho más por las emociones, algo que también le sucede a Sam Reid (el joven abogado abolicionista), dando lugar a algunas situaciones algo inverosímiles. Miranda Richardson, Emily Watson o Sarah Gadon entienden mejor sus personajes.
¿Rompen esas emociones desbocadas el ritmo de la película? No, porque en el fondo es lo que se busca. Belle quiere ser una película abolicionista y sobre el abolicionismo pero también un emocional retrato sobre el amor en la época en la que acontece el relato. Es lo suficientemente detallista como para que sus grandes temas calen (la relación entre blancos y negros, en especial entre las dos chicas de similar edad que están a cargo del magistrado, la lucha por los derechos humanos que subyace en el caso judicial que se expone, las convenciones sociales que afectan no sólo al género sino también al dinero, la condición de la mujer y el matrimonio) y crea un universo fácilmente creíble con un buen trabajo de vestuario, pero sobre todo apuesta por los buenos sentimientos, por dejar un sabor de boca agradable y por el triunfo de lo justo sobre lo injusto. Eso se intuye desde el principio, y se convive con ello aunque haga que el final de la película se vea venir con enorme sencillez.
Sin necesidad de bordar una actuación de Oscar, Tom Wilkinson convierte en imprescindible la película, al menos para quienes admiren su trabajo. Para los demás, es una correcta película de época, accesible y bien llevada, contenida en sus 104 minutos y bien rodada por Asante, sin artificios y confiando en que lo que aparece en la pantalla es exactamente lo que necesita la historia para fluir con naturalidad. Hay quizá algún desajuste de montaje, por alguna escena que se echa en falta y que podría haber complementado lo que sí se ve, pero en general Asante maneja bastante bien el ritmo de la película, respondiendo cada vez que amenaza con caer con un instante que haga levantar el vuelo en el plano emocional. Belle funciona. Sin alardes, sin especial maestría, pero funciona. Y puestos a rebuscar detalles que pasen más inadvertidos, atención al papel de Sarah Gadon, la joven blanca y preciosa que asiste atónita pero ingenua a los reveses que le da el funcionamiento de la sociedad.
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