Se está poniendo de moda llevar el cine a escenarios reducidos y limitando al mínimo el número de actores. Minimalismo absoluto. Sin ser un thriller, Locke está más cerca de Buried (Enterrado) que de Gravity, pero apuesta por armas similares. Y sale triunfante porque mantiene la tensión narrativa con una elección en apariencia sencilla pero brillante: la de dejar la contención para todo lo que aparece en pantalla y dejar el alboroto para todo lo que queda fuera de plano. Por eso es tan vital la elección de Tom Hardy como protagonista absoluto de la película, porque realiza un espléndido trabajo en el que, efectivamente, destaca por su contención por ser el personaje que ocupa el espacio único de la película, un coche que, desde dentro o desde fuera, no llegamos a abandonar nunca. La que firma Steven Knight como director y guionista es una atractiva metáfora, la de encerrar toda una vida en un vehículo de espacio tan reducido y la de mostrar su devenir según se suceden los kilómetros y los minutos.
Locke es una de esas películas en las que es mejor no conocer ningún detalle sobre el argumento, más allá de saber que es la historia de un hombre que decide emprender un viaje en coche y tiene que cerrar detalles del pasado reciente y de lo que considera su presente por medio de llamadas telefónicas que realiza mientras conduce. Sólo con eso, Locke se disfruta más que sabiendo de antemano quién es, a qué se dedica y por qué está al volante. Si el cineasta ha planteado conocer poco a poco los pequeños detalles es absurdo plantearlos desde una sinopsis o una crítica. Y es que esos detalles son los que que van conformando la personalidad de Ivan Locke, el personaje central, y las de las personas con las que habla. A pesar de las limitaciones formales que hay en el planteamiento, cuando termina la película se puede trazar un perfil psicológico muy detallado de cada uno de los personajes, y eso sólo quiere decir que Locke es un filme construido con mucho más mimo del que podría parecer.
Y todo descansa en Tom Hardy. Es un actor versátil, probablemente algo infravalorado y demasiado ligado a grandes producciones de Hollywood, sobre todo por su relación con Christopher Nolan. Pero viendo Locke es fácil reconocerle méritos mucho mayores. Para sostener una película así hace falta como poco una gran cantidad de carisma, y Hardy lo tiene. Pero teniendo en cuenta el enorme contenido emocional que tiene la película es aún más digno de elogio la opción escogida por él mismo y por el director. Ivan no es un personaje irresponsable, alocado o desquiciado. Es un hombre normal que está viviendo una noche anormal producto de una decisión extraordinaria. Y todo eso, más que verse, se siente. Por eso es tan fácil entender lo que hace, o las decisiones y acciones que van tomando los personajes que están a su alrededor aunque nunca lleguemos a verles en pantalla (lo que, de nuevo, plantea un debate sobre la interpretación y el doblaje, ya que muchos espectadores jamás captarán el trabajo de la práctica totalidad de los actores de esta película).
Todo lo que sucede en Locke está dentro de un coche, pero curiosamente todo tiene relación con algo que está fuera de él. Eso es lo complicado de la película, que el escenario no tiene nada que ver con la historia. Y ese es el gran acierto de Knight a la hora de lograr un desarrollo complejo de un relato en un marco que le es ajeno, todo para trazar un paralelismo entre lo que Ivan ha vivido y lo que le está sucediendo. Y sin que decaiga en ningún momento el interés, porque el final está abierto a diversas expectativas prácticamente hasta que los créditos finales empiezan a aparecer en la pantalla. Locke es una de esas pequeñas rarezas, ésta de origen británico, que se disfrutan por su fondo, por su forma y por ser propuestas diferentes. Pero no se queda en eso. Locke es una película notable, no sólo la de un tío que habla por teléfono dentro de un coche. Forma y fondo. 85 minutos espléndidos.
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