Siempre deja cierta desazón ver una película con muchas ganas de que guste y que ésta se quede a medias. Eso le sucede a Transcendence. El primer filme como director de Wally Pfister, habitual director de fotografía de Christopher Nolan, contiene ideas brillantes, provocadoras y sugerentes, pero la forma en que las desarrolla, lo que entra en el cuadro que supone la película, no termina de ser tan interesante. Le sobra metraje, le falta emoción y sobre todo, aunque casi todo el mundo vaya a emplear el juego de palabras, trascendencia. Porque la película parecía ambiciosa y la temática obligaba a ello. Con gran reparto y un estilo visual que sí consigue enganchar casi siempre (salvo en la inclusión de unos planos pretendidamente hipnóticos que finalmente se revelan más vacíos de lo necesario), Transcendence lo tenía todo para triunfar. Pero falta alma y un ritmo correcto en un guión que sufre demasiados altibajos, que no termina de encontrar justificación a sus elipsis y que con un par de vueltas más podría haber sido mucho más redondo.
Como casi siempre, es recomendable olvidarse de todo lo que se cuenta por ahí de la película (¿cuándo hemos olvidado hablar sobre una película en lugar de reventar el contenido?) y quedarse con que Transcendence habla de los límites de la inteligencia artificial, de la humana y de la mezcla de ambos. Lejos de ser una película de ciencia ficción pura, como lo era 2001: Una odisea en el espacio, o una derivación de acción como Terminator y todo su mundo (de hecho, el clímax de Transcendence decepciona mucho visto desde esa óptica del blockbuster), lo que propone Pfister es una historia humana en todos sus términos. La sorpresa positiva que esconde es que sí consigue esa empatía personal necesaria para que la película funcione, aunque con dos problemas que terminan por lastrar la historia. El primero, que no lo hace con todos los personajes y hay algunos que se quedan en simples rellenos (los de Morgan Freeman y Cillian Murphy). El segundo, que la introducción a lo que realmente interesa se hace demasiado larga.
Quizá se note ahí demasiado que Jack Paglen, guionista del filme, está debutando como tal, porque el resultado final está muy lejos del equilibrio que necesitaba el relato. Es más, puede que para algunos espectadores lo realmente interesante llegue ya tarde. Y es una pena que sea así, porque hay que insistir en que hay ideas muy atractivas, tanto el plano más emotivo del filme como en sus toques distintivos de ciencia ficción. En el primer aspecto procede dar parte del mérito a los actores, y en especial a una siempre interesantísima Rebecca Hall, protagonista real del filme a pesar de que siga siendo una actriz bastante desconocida para el gran público. Pero quien vende es Johnny Depp, al que se hace raro ver interpretando a un personaje normal después de tantos en los que el maquillaje forma parte esencial de su trabajo. Kate Mara completa lo esencial del reparto con un personaje que también acaba sabiendo a poco.
En el segundo aspecto, en la ciencia ficción, es donde más y mejor se nota la experiencia como director de fotografía de Pfister. Compone planos preciosos y se aprovecha de un espléndido diseño de producción, que hace creíble el entorno en el que se desarrolla la segunda mitad de la película. Como Transcendence mezcla aciertos y errores, será difícil que la película alcance el estatus por el que claramente suspiraba. No hay más que atender al final (¿era entonces necesario el prólogo?) para ver que la película tiene aspiraciones superiores a lo que finalmente ha conseguido, y acaban siendo pesados lastres los altibajos de ritmo, los tiempos muertos y la sensación de que hay demasiados personajes mecánicos en una historia que debía ser emocional y (de nuevo) trascendente en todos sus aspectos. Casi resulta obvio decir que un montaje más ajustado, recortando unos quince minutos a los 119 que dura el filme, habría hecho maravillas. Pero a un director de fotografía es normal que le guste recrearse en la imagen.
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