Cuando un director, de la procedencia o el prestigio que sea, decide adentrarse en el cine de género, tiene dos opciones. Puede fijar unas normas y seguirlas, o puede saltárselas. La siempre personalísima Isabel Coixet ha decidido seguir el segundo camino en su última película, Mi otro yo. De esa forma, Coixet acaba haciéndose trampas al solitario porque ni siquiera establece esas normas básicas. Una vez que se muestra la resolución de su propuesta, es inevitable sentir la sensación de que no hay demasiada coherencia en el planteamiento y en su desarrollo. Quiere montar un thriller psicológico y lo único que consigue es una estética razonable y una ambientación interesante, porque el conjunto acaba siendo un castillo de naipes que ni siquiera llega a construirse del todo antes de caer. Mi otro yo no era una papeleta fácil porque el tipo de historia que desea contarse aquí ya se ha mostrado incontables veces. Por eso, y por la etiqueta ineludible de Coixet, cabía esperar algo diferente, pero la película viene a ser otra más.
En realidad, el primer gran problema de la película de Coixet es que es demasiado obvia, en primer lugar en el propio planteamiento, pero es que tampoco hay sutileza en las pistas que va dejando, y por eso los medios que utiliza para configurar su planteamiento acaban siendo demasiado engañosos. Lo malo de un thriller de este estilo es que hablar abiertamente de los elementos con los que se juega supone destripar por completo la película. En estas líneas no hay spoilers, pero sí hay que decir que la trampa es una constante. Sirve para generar sensaciones, un terreno que a Coixet no le es nada ajeno, pero en primer lugar es algo bastante puntual y después es absolutamente incongruente.Las pintadas, los cristales rotos, el sonido, el columpio, las luces... Todo muy manido. Pero sin una razón de ser clara, quedando además mucho más difusa la que hubiera una vez que la película cierra sus conclusiones de una forma rotunda y nada ambigua.
La película cuenta la historia de una joven (Sophie Turner, sobradamente conocida por su papel de Juego de tronos y que se enfrenta aquí con relativa solvencia a su primer papel protagonista en el cine), con una vida idílica que de repente empieza a hacerse pedazos por un problema que afecta a sus padres (Rhys Ifans y Claire Forlani). Lo sorprendente es que, a pesar del pretendido aire de misterio, de que se adorna la historia con una representación de Macbeth que la joven enseña junto a su profesor de literatura (Jonathan Ryhs Meyers) y con su vida de instituto, y de que la película no llega siquiera a los 90 minutos de duración, hay enormes tiempos muertos, escenas que no terminan de decir nada y muchos minutos en los que apenas están sucediendo cosas que permitan entender con más claridad la trama o a los personajes. Quizá la indefinición como thriller afecte también al resto de la película.
A pesar de la mencionada etiqueta elitista que acompaña a Coixet, el problema de Mi otro yo no está ahí. No es que sea una película de difícil acceso. Está en que no se sostiene como thriller, y apenas lo hace como retrato de personajes interesantes por culpa de la falta de coherencia. Hay momentos en los que sí parece que la película puede despegar, pero las constantes trampas que hay en su desarrollo acaban por arruinar esa posibilidad. Hay, de hecho, más intensidad en el trabajo de los actores que en cualquier otro elemento de la película, incluyendo su guión. El interés que pueda generar la primera escena, muy intrigante, se diluye rápidamente, en cuanto queda claro que en la cinta sólo hay retazos de lo que podría haber sido y una estructura sin cohesión en la que cualquier escena se podría haber eliminado sin que el conjunto se resintiera más todavía.
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