Si sigue por ese camino, Ralph Fiennes va a acabar convirtiéndose en el más brillante de los directores desconocidos, triste paradoja de un mundo en el que las modas y las visiones generales amenazan a todo lo que sea diferente. Fiennes ya hizo algo sumamente diferente en Coriolanus. Y aunque The Invisible Woman es una película diametralmente opuesta a la de su debut como director, comparte con aquella muchos aspectos que hacen que sea un filme difícil de ver. O al menos difícil de asimilar para audiencias demasiado grandes. Eso circunscribe su cine a sectores minoritarios, pero en absoluto excluye la calidad de sus resultados finales. The Invisible Woman tiene momentos de espléndida brillantez para narrar la historia de amor secreta entre Charles Dickens (el propio Fiennes) y Nelly Ternan (Felicity Jones), pero escoge un ritmo tan lento, descriptivo y sosegado que por el camino perderá probablemente a muchos espectadores. Los que lleguen con ánimo constructivo al final, no obstante, encontrarán sobrados elementos para disfrutar.
Y es que ese mismo ritmo tranquilo es lo que permite a Fiennes una serie de sutilezas que no son muy habituales en el cine moderno, tan dado a admirar con la imagen y la emoción instantánea y no apelar a la inteligencia más reflexiva. La relación entre Dickens y Nelly se construye a través de miradas, gestos y detalles más que con escenas concretas o diálogos memorables. Es, en ese sentido, una película terriblemente realista, en la que se percibe la asfixia personal que de muchas maneras afecta a quien toma decisiones como las del escritor británico y a las personas que le rodean. Y no sólo se ve su magnetismo personal, sino también su genio como escritor, en unas hermosamente planificadas escenas en las que Dickens realiza lecturas públicas de sus textos. Como todo eso se percibe, es mucho más fácil asimilar la fascinación que produce en Nelly y las emociones que se desbordan en la segunda mitad de la película.
Para llegar a ese punto, hay un personaje clave, el de la esposa de Dickens, interpretada por Joanna Scanlan. Aunque al principio da la impresión de ser el aspecto menos sutil del entramado emocional que va a construyendo Fiennes (siempre visiblemente fuera de lugar entre la jovialidad alegre de su marido), acaba siendo esencial y protagonista de dos de las mejores escenas de la película (su encuentro con Nelly y cuando su hijo le lee una carta publicada en la prensa). Todo va encajando, además, en una también muy sutil doble narración. En la primera, la que hace que la historia principal se vaya narrando a modo de flashback, Nelly es la protagonista absoluta. Nelly y su melancolía, una que acaba impregnando también a la otra parte de la narración. Y es ahí donde la dirección de Fiennes alcanza los momentos más personales, en los que deja sonar la desasosegante música de Ilan Eshkeri, alejándose en la historia central de toda clase de artificios visuales.
The Invisible Woman no es una película que enamore sin esfuerzo, y sí una que pide el esfuerzo del espectador. Necesita una maduración tan lenta y sosegada como el ritmo que escoge Fiennes para su segunda película. Es, en casi todos los sentidos, una modélica historia romántica de época, a la que además el realizador y protagonista sabe dotar de diferentes estados de ánimo que no hacen más que acrecentar su verosimilitud. No se puede hablar de que haya personajes fuera de lugar, que haya escenas que sobren o que los diálogos no sean acertados. Pero sí, es una película muy lenta. Algunos, los menos satisfechos con las elecciones de Fiennes, podrían decir que incluso aburrida. Pero en realidad y como poco tiene mucho talento en su forma de ver el cine y dos retratos de personajes magníficos como para merecerse ese adjetivo tan cruel.
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