Puestos a ver debacles por todas partes cuando Hollywood reinterpreta, reescribe o rebootea (valga el término inventado) historias clásicas, Maléfica se sostiene bastante bien, probablemente mejor de lo que muchos esperaban. No es el cuento clásico de Disney de La Bella Durmiente ni tampoco la fábula original, sino que el filme cambia elementos a su antojo para mayor gloria de Angelina Jolie, motor, alma y aspecto de la película de principio a fin. Como en el Hollywood clásico, eso viene a implicar que el personaje, pese a la posición que ocupa en la cultura popular y a su tenebroso nombre, no puede ser malvado del todo. O, cuando lo sea, que tenga una motivación. Así, Angelina sí puede hacerlo. Eso y algunos aspectos bastante inverosímiles del guión, con personajes que desaparecen a conveniencia o a los que no se explica suficientemente bien, y algunos aspectos casi azucarados de puro edulcorados que están, forma lo más negativo. ¿Lo positivo? Un aspecto intachable, el carisma de sus dos protagonistas y un magnífico ritmo.
Y es que uno de los retos más complejos a la hora de hacer una película de este estilo es que lo que se ve en pantalla funcione. Así, una de las lecciones que deja Maléfica es que la sencillez más clásica triunfa sobre lo digital. Las imágenes generadas por ordenador, cuando se emplean para entornos tan grandilocuentes como los que aparecen aquí, no funcionan con demasiado brillantez. Cumplen y lucen, pero parecen artificiales, a veces casi de dibujos animados. Pero poned a Maléfica en pantalla, especialmente con su look más siniestro, con su simple presencia o unos modestos efectos vaporosos de color verde, y nada parece imposible. Por eso funcionan los aspectos más siniestros de la película y los planos con los que el debutante Robert Stromberg (experto creador de efectos visuales) busca con más claridad esa impresión visual instantánea. La propia Angelina Jolie, también productora de la película, colabora eficazmente para la construcción de esa espectacular imagen de la película.
Claro que también es obligado decir que su presencia condiciona el filme en todos los sentidos imaginables. Eso quiere decir que la historia tiene que ser a su medida. Y por eso la villana no puede ser tan mala. Otro reto para la película, dulcificar a una clásica villana de Disney. El guión de Linda Woolverton, con experiencia en el mundo Disney, lidia francamente bien con esa transición, mucho mejor de lo que cabía esperar, y es ahí donde consigue algunas de las escenas más emocionantes de la película, sobre todo aquellas en las que aparece Aurora, la Bella Durmiente del cuento, interpretada por una ilimitadamente encantadora Elle Fanning, cuya simple presencia basta para asumir que, efectivamente, estamos en un cuento de hadas. Sin embargo, Woolverton no sale triunfadora de todos los problemas a los que tiene que hacer frente y algunas motivaciones, algunos personajes y algunas situaciones se le escapan de las manos con bastante facilidad. Y el ejemplo perfecto está en casi todo lo que aparece relacionado con las alas de Maléfica.
La compensación a estos problemas está en el formidable ritmo que Stromberg da a la película, con unos ajustados 97 minutos, bien ayudado por elementos técnicos y artísticos (merece la pena destacar la notable banda sonora la de James Newton Howard) y sobre todo por un reparto en el que Sharlto Copley parece el menos cómodo de todos sus integrantes (en parte porque el suyo es el personaje peor perfilado en el guión). Maléfica sale relativamente airosa, incluso triunfante en algunos momentos, porque es un buen entretenimiento, con sus errores y concesiones que no son nada ajenos a las modas que imperan en Hollywood, pero con suficientes elementos de interés como para que esas cuestiones no pesen demasiado. Al fin y al cabo, los cuentos hay que disfrutarlos y esta revisión de un personaje sobradamente conocido es sincero en su homenaje. Eso sí, no creo ser el único dispuesto a entregar mi reino por haber visto a una Maléfica de carne y hueso realmente malvada. Con todo, merece la pena. Siempre merece la pena ir a mundos de fábula como éste.
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