lunes, junio 23, 2014

'Amanece en Edimbrugo', felicidad enlatada

Siendo el musical uno de esos géneros que despierta aversión en quienes no llegan a disfrutarlo, la conclusión es evidente: si no te gusta el musical, Amanece en Edimbrugo no es tu película. Musical, efectivamente, con música de The Proclaimers, basada en un musical teatral de gran éxito en tierras británicas y con un inquebrantable buen rollo, una felicidad constante que supera todos los problemas que se van planteando en la película. Sin embargo, todo parece enlatado. Desde la postal de Edimburgo a la que parece limitarse el filme hasta la letra de las canciones, que siendo terriblemente pegadizas abusan del recurso de repetir estribillos hasta el punto de dejar la sensación de que se están alargando artificialmente, pasando por ese limitado entorno teatral que sólo se rompe en la última escena de la cinta y que en realidad acaba limitando el efecto grandioso del que suele hacer gala el gran musical. Buen rollo, sí, pero la película se queda ahí.

El principal problema es que nada parece enganchar al mismo nivel que lo hace la música. Y si hay un elemento que adolece del gancho necesario es precisamente la historia. La película arranca con dos muchachos de Edimburgo que regresan a casa después de una misión en Afganistán, dos buenos amigos, y uno de ellos además novio de la hermana del otro. Llegan justo a tiempo para la celebración del 25º aniversario de bodas de los padres de éstos, y para que el soltero encuentre el amor en una compañera de trabajo de su hermana. A partir de esa feliz estampa, la vida comienza a colocar problemas, pero el drama no termina de hacerse tan patente como esa irrefrenable felicidad de la que hace gaña la película. ¿Conclusión? Que no hay conflicto. Lo que tendría que ser emocionante no lo es tanto. Lo que tendría que preocupar no lo hace tanto. Y así todo, con lo que el avance no es tan sentido como debería.

Salvo en lo que se refiere a la música, por supuesto. Pero aún así la dirección de Dexter Fletcher en esta su segunda película se antoja muy escasa. No hay grandes números musicales, salvo el que sirve para cerrar la película con la mayor de las sonrisas. Es más, da la impresión en todo momento de que hay una cierta limitación en lo que se permite que los actores hagan ante la cámara, un par de pasos de baile y poco más. Y eso que el reparto, adecuado y suficientemente carismático, está entre lo mejor de la película. Pero sigue faltando algo de emoción, también en los mejores números musicales (el del pub o el del museo, por ejemplo). Es verdad que el optimismo absoluto que transmite la película basta para que algunas canciones y unos pocos diálogos saquen sonrisas (las puñaladas entre Escocia e Inglaterra se cuentan entre las mejores), pero es inevitable pensar en algunos personajes completamente infrautilizados (sobre todo el sobrino de uno de los dos protagonistas; cuando se tiene a un niño con semejante carisma hay que darle cancha).

Lo bueno de Amanece en Edimburgo es que su propuesta es tan clara que cumplirá fácilmente con su objetivo. Quien necesite una dosis de buen rollo, algo de buena música, una historia de personajes con los pies en la tierra, atractivos y cercanos, con ese toque especial del cine británico, seguro que disfrutará de la cinta. Pero, reconociendo sus méritos, es difícil que la película vaya más lejos, porque la sencillez, a veces incluso la simpleza, preside algunas de sus tramas, que se resuelven como lo hacen de la misma forma que podrían haberse resuelto en sentido contrario sin que hubiera pasado nada. Que la optimista propuesta de Amanece en Edimburgo sea suficiente dependerá de cada espectador, pero lo que sí es cierto es que de vez en cuando sienta fenomenal sentarse delante de la pantalla y disfrutar de una historia de corte realista que destile ese buen rollo. Incluso aunque sea algo que se sienta tan inofensivo como este filme.

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