Que Michael Haneke es un director que sabe cómo mostrar la crudeza en pantalla es algo que parece fuera de toda duda. Amor es un peldaño más en esa ascensión, y uno de categoría, significativo, porque lo acomete mostrando emociones tan devastadoras que están muy ancladas en la realidad. Habla del amor, pero sobre todo de cómo ese amor puede morir lentamente y sin remedio a causa de una enfermedad degenerativa que sufre uno de sus miembros de una pareja. Casi con un único escenario, poco más de dos actores soberbios y agarrando al espectador por las entrañas, Haneke compone un durísimo y veraz retrato de uno de los peores trances que puede vivir un matrimonio como éste. Son dos horas de continuos golpes al alma, basados en largos planos, con un tono casi de documental y con el menor número posible de artificios cinematográficos. Haneke quiere que el espectador piense en sus propias vidas, en las de los seres más cercanos y logra una reflexión de categoría que sólo tiene un enemigo, eso sí, buscado y por razones evidentes, la lentitud con la que se mueve el filme.
Amor es una película durísima. Sin contemplaciones ni medias tintas. Uno de esos filmes que hay que tener estómago para revisar una vez visto. Incluso para ver la primera vez. Es, en su relato, una pesadilla irremediable que va minando poco a poco el amor de una pareja perfecta que ha alcanzado sin fisuras la tercera edad. El retrato de esa felicidad inicial es breve y poco a poco se va haciendo más sombrío. Hermoso, porque pocas cosas hay más bonitas que la entrega incondicional a la persona amada en su hora de debilidad, pero trágico a la vez porque poco puede haber más sobrecogedor que ver como la persona más importante en una vida se puede convertir en la mayor carga. Con el prólogo, que convierte la película en una narración en flashback, deja bien claro que el final va a estar a la altura del castigo al que somete al alma durante las dos horas que dura el filme. Pero no importa el final, que deja además cabos sueltos que cada espectador atará como crea más conveniente, sino el tránsito hacia el mismo. El silencio que acompaña a los títulos de crédito es el silencio en que se queda el propio espectador, el que inunda el patio de butacas.
La dureza de Haneke no proviene solo de la historia, sino también de la forma en que la afronta y la muestra. Su mirada es calmada y lenta. Apuesta por planos largos dentro de escenas aún más largas, cada una de ellas difícil de eliminar del conjunto a pesar de que su ritmo a veces engañe pidiendo un recorte de montaje. No lo necesita. Es más, podría dañar el conjunto final. Apuesta por colocar una cámara que mire sin artificios, con la misma calma y quietud que inspira la historia. Y todo eso hace que la película tenga, efectivamente, un ritmo lento. Todas estas son elecciones conscientes y que tienen una explicación más que lógica. Haneke quiere y consigue introducirnos en el modo de vida de la octogenaria pareja protagonista, primero en sus inquietudes mundanas y después en la forma de afrontar los problemas derivados del ataque que sufre ella.
Claro que Haneke no habría conseguido tanto sin las prodigiosas interpretaciones de Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva. Son ellos los que consiguen que la sensibilidad, la ternura, la emoción y el dolor acaben atravesando la pantalla y aterrizando en la sala, atacando sin piedad la sensibilidad de quienes contemplan su dura experiencia. Ambos protagonizan un hermosísimo duelo, aportando muchísimo al espíritu de la película de una forma extraordinaria. Trintignant y Riva ofrecen matices sobrecogedores a cada estadio de la enfermedad que sufre la mujer. Él pasa de una serenidad admirable a una furia soterrada, combinada con momentos oníricos impagables. Ella se convierte en un impresionante retrato de la decadencia, de la muerte en vida, de la desilusión creciente. Es imposible quedarse con uno u otro. Ambos están sencillamente enormes. Isabelle Huppert, dando vida a la hija del matrimonio protagonista, pone también de su parte para cerrar un conjunto magnífico.
Siendo Amor la sorpresa de las nominaciones a los Oscar, la gran ganadora de los Premios del Cine Europeo (mejor película, director, actor y actriz) y el filme que consiguió la Palma de Oro en el Festival de Cannes, es obvio que Haneke tiene a la crítica en el bolsillo. No me siento tan profundamente vinculado a su cine y, por ejemplo, de La cinta blanca esperaba mucho más. Pero Amor toca todas las fibras sensibles con una sencillez admirable, con diálogos tan certeros como verosímiles y con miradas y gestos que lo dicen todo. El deterioro físico que va mostrando Riva durante la película es sobrecogedor, pero Trintignant no se queda atrás a la hora de acompañar con el sufrimiento psicológico de la situación que está viviendo. Al final cada uno va absorbiendo el dolor del otro, a su manera, sin estridencias, con la normalidad de la costumbre. Y el amor sigue ahí, las emociones se transparentan en todas las escenas, pero todo lo bueno se ha transformado en algo muy diferente con una delicada maestría cinematográfica, la de Haneke y sus actores. Y en solo dos horas devastadoras.
3 comentarios:
Uff... me gustaría verla, pero tal y como la describes aunque me suelen gustar las películas que te hacen pensar esta creo que me dejaría KO sin remedio.
Celia, por eso aviso que es una película dura de ver. Merece la pena, eso sí...
Ains, me alegro de que te haya gustado. No sé qué hacer. La primera vez que oí hablar de ella fue este verano, iba en coche con mi marido, en la radio la ponían de peliculón, pero muy, muy, muy dura y eso me echa atrás, porque a veces según qué pelis me cuesta mucho asimilar algunos detalles, así que no sé qué hacer. Un besote!!
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