The Master es una de esas películas que me descoloca. Formalmente hermosa y maravillosamente interpretada. Pero la sensación de vacío que me deja al salir del cine es igualmente enorme. Y no es la primera vez que me pasa con Paul Thomas Anderson, por lo que parece evidente que estamos ante una tendencia en su cine. El caso es que la película ha encandilado a la crítica. Fue la triunfadora del Festival de Venecia, ya está nominada a los Globos de Oro y suena con fuerza para los Oscars. Las estrellas le caen de cinco en cinco en cada crítica que encuentro. Y, sin embargo, no le encuentro propósito, guía o mensaje. La veo pretenciosa y muy olvidable. Me pregunto qué habría sido de esta misma película dirigida por un realizador desconocido y protagonizada por actores que no logren la excelencia de Joaquin Phoenix o Philip Seymour Hoffman. Y me pregunto si The Master no es una de esas películas que recibe el aplauso más fácil casi por obligación y no tanto por convicción.
La película, la larga película que ronda las dos horas y media (nada nuevo en el horizonte: Pozos de ambición, 158 minutos; Magnolia, 188; Boggie Nights, 155), gira en torno a un veterano de la Segunda Guerra Mundial, Freddie Quell (Joaquin Phoenix), que tiene dos problemas. Por un lado, una adicción al alcohol que le lleva a realizar sus propias y contundentes mezclas, no aptas para todos los hígados. Por otro, una adicción al sexo, que se muestra un poco a conveniencia a lo largo de la película. Por ello, Freddie tiene graves problemas para encajar en la sociedad que se encuentra tras la Guerra. De alguna forma acaba en el barco de Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), líder de una especie de colectivo pseudoreligioso que no parece separarse mucho de lo que vendría a ser la Cienciología, y se acaba convirtiendo en una mezcla entre un conejillo de indias y un discípulo aventajado que Dodd moldea a su gusto.
Phoenix y Hoffman están espléndidos. Son el sustento con mayúsculas del filme. Agradecen lo extremo de sus personajes y protagonizan escenas enormes. Hacen un gran esfuerzo en la película por asumir el rol que les ha tocado, incluso a pesar de la enorme indefnición en algunos aspectos como su edad, y triunfan en todas las escenas que protagonizan y, en su mayoría, comparten. Pero que la película tiene problemas en la construcción del resto del armazón se evidencia, sin ir más lejos, en el papel de Amy Adams, que interpreta a la esposa de Dodd. Su presencia es tan intermitente, como la de la mayoría de los demás personajes del filme, que incluso con su trascendente escena final no consigue variar el rumbo de una película que, realmente, no es fácil determinar si lo tiene. ¿Qué quiere contar The Master al final? La imprevisibilidad de sus personajes y una acusada falta de empatía impiden entrar tan de lleno como le gustaría al director y guionista en el juego que propone Paul Thomas Anderson.
Quizá ese sea el principal problema de The Master. Que el Paul Thomas Anderson director y el Paul Thomas Anderson guionista no terminan de encontrarse. Y el primero domina claramente sobre el segundo. La película encierra planos hermosos, casi poéticos, pero no parece necesitar tanto metraje
(como en la aburrida Pozos de ambición). Muchas escenas que están funcionando acaban siendo menos impactantes por su larga duración. Y algunas de las ideas que su autor quiere que parezcan trascendentes, como el control que ejerce el maestro sobre el discípulo o la obsesión sexual del protagonista, quedan apenas esbozadas en otras escenas. Como dice uno de los personajes sobre Dodd, da la impresión de que el autor de los discursos se los está inventado sobre la marcha. No termino de ver dónde está el objetivo de la película ni quién es su verdadero protagonista. Lo veo tan difuso que, sin ánimo de pretender que el cine dé todas las respuestas a un espectador cómodo, acabo pensando que el comportamiento del director es más pretencioso que elevado.
Y es que con Paul Thomas Anderson tengo siempre la sensación de que me está contando cosas que no comprendo, que está filosofando en exceso sobre cuestiones que ni él mismo parece tener claro dónde le van a llevar. The Master no solo no es una excepción, sino la confirmación de que esas es una de sus características como autor. Es evidente que tiene talento para la construcción de imágenes, pero al mismo tiempo sus películas se escabullen entre mis recuerdos hasta el punto de no dejar huella. Y más allá de la memorable interpretación de Phoenix (borda el lenguaje gestual y da una personalidad única a su personaje) o la brillante, como casi siempre, de Hoffman, no me siento capaz de rescatar mucho más de un filme pretencioso y aburrido. Esta opinión, no hay por qué esconderlo, va a ser casi la excepción en el mar de alabanzas que ha recibido el filme. The Master cuenta con el respaldo absoluto e incondicional del grueso de la crítica. Yo no acabo de entender las razones, pero supongo que esa es una de las grandezas del cine, la disparidad de opiniones.
3 comentarios:
Me daba muuuucha pereza esta película... y ahora más!! No iré al cine a verla, eso fijo.
Por lo que cuentas para la "Shame" del 2013, o sea, buenas interpretaciones, pero aburrida y pretenciosa.
A esto le añades que dura una hora más que la otra y que Joaquin Phoenix nunca ha sido santo de mi devoción y te puedes imaginar las ganas que tengo de verla.
Van, a mí me atrajeron las maravillosas críticas que ha recibido y la verdad es que me aburrí...
Doctora, a Shame le vi más interés que a esta, porque el personaje central estaba mejor construido. Ya imagino que esta no la veré por tu blog, je, je, je...
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