viernes, diciembre 05, 2014

'Magia a la luz de la luna', Woody Allen, ese embaucador

Da la impresión de que Woody Allen debe estar disfrutando de este momento de su carrera, en el que sus admiradores y detractores están ya bastante enrocados en sus posiciones, los primeros encontrando genialidad hasta en la más aburrida de sus películas y los segundos destrozando incluso las que los primeros veneran como obras maestras indiscutibles. En ese planteamiento, casi parece que Magia a la luz de la luna es un guiño a esta ficticia disputa, porque trata sobre un desenmascarador de embaucadores, un mago (Colin Firth) que trabaja sobre el escenario pero también descubriendo las farsas de quienes se hacen pasar por auténticos mediums. Y, claro, es inevitable pensar que Woody Allen se considera a sí mismo ese embaucador capaz de engañar a todos, incluyendo a los más escépticos con su cine. Magia a la luz de la luna consigue su propósito a ratos, pero sigue siendo una muestra más de su cine, mucho más plano de lo que en realidad parece. Sobra decir, claro, que quien firma esto está más cerca del segundo grupo que del primero.

Por eso mismo, es más que posible que los admiradores de Woody Allen no encuentren razones en estas líneas para seguir leyendo o valorando esta opinión. Incluso aunque se diga que algunos aspectos de la película son más que disfrutables. Si algo es Allen por encima de todo, es un espléndido director de actores, de ahí que tenga una memorable colección de intérpretes a sus órdenes en su ya extensísima filmografía. En este caso, ver el formidable y apasionado duelo que mantienen Colin Firth y Emma Stone es sencillamente fascinante. Hay pegas, por supuesto. La primera, la inagotable insistencia de Allen en hacer que todos sus protagonistas actúen como émulos de sí mismo, ese neurótico a punto de estallar. Firth lo controla algo más, pero es inevitable ver resquicios de un papel que Allen habría deseado interpretar. La segunda, que el personaje de Stone, pese a estar brillante, utiliza un lenguaje y una forma de hablar que rompe por completo la atmósfera de época que persigue el director y guionista situando la película en los años 20 del siglo XX.

La química entre Firth y Stone es espléndida, de largo lo mejor de la película, y esa fantástica sensación que deja el reparto en cualquier película de Allen se incrementa con los secundarios (Jacki Weaver vuelve a sobresalir, como casi siempre). Pero la película carece de equilibrio y su ritmo está lejos de ser preciso, y es fácil preguntarse durante demasiado tiempo hacia dónde pretende ir Allen. Por el camino quedan secuencias interesantes (el observatorio, el baile), pero el conjunto se resiente. A ratos es tan divertida como las mejores películas de su autor, pero a ratos resulta tan inofensiva e intrascendente como las peores. Y así, se disfruta mucho más del duelo entre la medium y el mago que de todo lo que sucede a continuación. En la primera mitad de la película hay sarcasmo e interés, pero casi todo va decreciendo, hasta que llega un final al que ya es difícil prestarle demasiada atención, porque no se sabe si la película es una mirada cínica o una entusiasta a la vida.

Pero en realidad Magia a la luz de la luna encaja muy bien en el cine de Woody Allen por casi todo, algo que él mismo subraya ya desde hace mucho tiempo desde los mismos créditos (idénticos rótulos blancos sobre fondo negro, con música intercambiable entre diferentes películas; una seña de identidad para los aficionados, el principio del aburrimiento para los detractores), así que lo más probable es que convenza a quienes habitualmente disfrutan con sus películas. No es este el caso, porque me resulta difícil encontrar encontrar la genialidad a Magia a la luz de la luna más allá de sus actores. No es la película de época que quiere ser más allá de un rótulo y unos coches, pero tampoco es una película actual. No es una comedia desenfrenada ni tampoco pide a gritos que se tome demasiado en serio la historia. Y no se ve si no es más que una broma, un pasatiempo, o si de verdad quiere ser algo más. Embauca por momentos, sí, pero al final, como tantas otras veces, queda la sensación de que es un engaño. Hábil, pero un engaño a fin de cuentas.

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