Cada vez se hace más evidente que el cine busca éxitos rápidos y fáciles, aquellos en los que no tenga que convencer al espectador de lo gratificante que va a ser la experiencia audiovisual que le propone, por supuesto previo pago de una entrada. Pero lo que antes incluía algún aliciente para atraer a otro tipo de público, buscando abrir el grupo de aficionados o ampliando las miras de un universo de ficción, hoy se queda en un simple sacacuartos en demasiadas ocasiones. El club de los incomprendidos es la pobre aportación española a esa moda. El debut en la dirección de largometrajes de Carlos Sedes, un realizador con experiencia en televisión, no busca más que a los ya convencidos por el fenómeno literario en el que se basa, las novelas de Blue Jeans. Desde un punto de vista empresarial no es mala apuesta teniendo en cuenta el éxito de dichos libros y que precisamente fija su mirada en el sector adolescente. Pero más allá de eso, es una película mal enfocada, en la que falta una enorme cantidad de información para que se sostenga sin el vínculo de papel y que no convence nunca, más bien al contrario.
Si fracasa es porque abraza una irrealidad asombrosa teniendo en cuenta que precisamente quiere ser un retrato realista de la juventud actual. Puede que sea esto lo que quieren leer y ver los adolescentes que han convertido la serie en un éxito de ventas, quién sabe, pero sin duda hay cientos de retratos juveniles más acertados que este en cualquier medio narrativo. La película acaba siendo un pequeño gran galimatías en el que las cosas suceden porque sí y donde las explicaciones brillan por su ausencia. Prima el deseo de crear un larguísimo videoclip (la selección musical acaba cargando porque incide una y otra vez en el mismo tono, en el mismo tipo de secuencia, en potenciar el lado más brillante de la vida... cuando precisamente el título invita a pensar en una problemática social que no se ve en ningún momento en la película) sobre la posibilidad de construir una historia bien moldeada y creíble, con unos personajes sólidos. Ni siquiera el grupo protagonista consigue que la película emocione cuando toque o genere empatía en los momentos más dramáticos.
Y eso tampoco es culpa del reparto, que con diferencia se convierte en lo mejor de la película. El grupo que forman Charlotte Vega, Ivana Baquero, Alex Maruny, Michelle Calvó, Jorge Clemente y Andrea Trepat es una foto fija casi perfecta. Hasta consiguen, casi por sí solos, que la película cobre algo de vida cuando en su tramo inicial quiere parecerse a El club de los cinco, pero sus personajes se diluyen rápidamente en la pretensión de capturar al espectador juvenil por los oídos más que por el cerebro o siquiera por la semejanza. El intento de dar algo de peso a la película con actores de renombre se diluye por completo al ver lo desdibujados que quedan sus personajes, desaprovechado el de Aitana Sánchez-Gijón, insuficiente el de Raúl Arévalo y directamente intrascendente e innecesario el de Lluis Homar, al que casi sorprende ver aceptando estas cosas. El extraño montaje de la película y una dirección de actores algo errática condenan a que incluso lo que pueda alcanzar de bueno se quede muy corto.
El problema de El club de los incomprendidos es de base. Probablemente no quiera ser más que lo que es, pero es una pena que ni siquiera parezca aspirar a cubrir el expediente de una forma intachable. Una novela que está pensada para conectar con lectores adolescentes en lo más básico suena absolutamente vacía en la pantalla, e incluso risible en ocasiones, y (algo bastante frecuente en el cine español que bucea en el romanticismo o en la juventud) hay un abuso de la voz única: por mucho énfasis que se quiera poner en las enormes diferencias entre cada uno de los personajes, todos hablan exactamente igual. No es que no se cuente su pasado, es que no se tiene en cuenta. Pero ni siquiera su presente, con unas elipsis que no sirven para nada y que hacen de la película algo todavía más inverosímil. Al final, tiene más valor como postal de Madrid que como filme, aunque lo más probable es que el aficionado a las novelas de Blue Jeans la adore del mismo modo que al referente de papel. Malo si nos conformamos con eso.
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