Hay pocos directores que tengan la capacidad de fascinar siempre con sus universos de fantasía. Terry Gilliam es uno de ellos y The Zero Theorem cumple con esa norma no escrita. Esta tragedia de extraño rumbo captura desde lo visual, desde su ejecución y desde el desarrollo de sus personajes, aunque sea quizá la película de Gilliam más difícil de seguir desde un punto de vista tradicional. Claro que lo tradicional nunca se ha aplicado a su cine, con lo que eso puede ser una paradoja más de las que hacen que sus películas encuentren un espacio propio que no comparten con las de ningún otro director. Pues a clasificar lo inclasificable, hay momentos en los que The Zero Theorem recuerda a Brazil, una de sus mejores películas, pero hay otros que provocan una sensación mucho más difusa e incluso, por qué no admitirlo, perplejidad. Pero todo eso, mejor o peor, forma parte del imaginario que aumenta Gilliam película a película.
Lo más problemático de Gilliam es sopesar qué tiene más importancia, si el universo que crea o la historia que acontece en él. Escoger la segunda opción obliga al espectador a realizar un trabajo mucho más complejo, porque la película tiene numerosas lecturas e interpretaciones. ¿Cuál es la correcta? Eso sólo Gilliam lo sabe, pero de lo que no se puede dudar es de que The Zero Theorem es una de las películas más trágicas de su carrera. Es verdad que algunas son comedias, pero Brazil, El rey pescador o Miedo y asco en Las Vegas ya eran títulos que buceaban a su manera en lo más oscuro de la psicología humana. El personaje al que da vida Christoph Waltz, quizá con un toque de la misma perplejidad que azota al espectador, es triste sin medida, es un hombre que vive una vida sin vivirla, sin disfrutarla, sin compañía, con incontables miedos y fe solamente en una llamada de teléfono que cree que ha de producirse en algún momento.
Sólo con esos datos ya se puede ver que el guión de The Zero Theorem esconde muchas claves, a las que se pueden sumar otros muchos personajes de la película y escenas de gran trascendencia, incluso sin que parezca claro cuál es su propósito. Y ese es justamente el problema que muchos espectadores afrontarán con esta cinta, no saber exactamente qué pretende contar, hacia dónde se dirige y cuál es su objetivo. Sin una meditada atención al conjunto y al detalle (quizá más al detalle), es fácil caer en ese vacío cósmico que tantas veces se ve en la pantalla. Por eso el universo que crea Gilliam es al final tan importante para evitar una peligrosa frustración. Incluso sin conectar con alguna posible explicación a la historia, es imposible no sentirse fascinado con ese entorno de ciencia ficción que crea el director, tan propio de sus películas y al que siempre sabe dotar de imágenes nuevas.
The Zero Theorem no es una película fácil. No lo es ni siquiera prestando atención sólo a lo visual, porque nada es gratuito y cada pieza que diseña Gilliam acaba teniendo una importancia vital en la historia. Y al no ser fácil camina peligrosamente por la frontera de la indiferencia del espectador, y eso es algo que se nota incluso admitiendo que hay momentos fantásticos en la película, un reparto muy bien medido (David Thewlis borda esos personajes extraños que parecen saber algo más que el protagonista y que el espectador) y momentos clave muy atractivos (el encuentro con la Dirección, interpretado por Matt Damon; o la historia de amor que se gesta con Bainsley, con el cuerpo y el rostro de Mélanie Thierry). Gilliam tiene unas reglas tan personales que a veces parece que en su cine no hay reglas. Eso hace que sus películas sean valientes, pero también que su público objetivo sea mucho más reducido del que seguramente querría.
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