Christopher Nolan es un director que destaca por haber sabido llevar lo mejor del cine como arte a lo que se entiende por cine comercial. Esa peculiaridad hace que no todo el mundo vea con buenos ojos su trabajo, pero es difícil resistirse al enorme entretenimiento que hay en sus películas mientras él introduce elementos de mayor calado en ellas. El Caballero Oscuro y Origen eran, hasta ahora, las mejores muestra de esa fusión tan formidable que hace en su cine. Interstellar viene a sumarse a estas como la muestra más ambiciosa de su forma de entender el medio. Es, probablemente, la cumbre de su reino, porque nunca había querido mirar tan lejos. Esta vez, aunque esa forma ya explicada de hacer cine le lleve a dar las explicaciones que el cine comercial está obligado a incluir, se ha mostrado de la forma más compleja, personal y arriesgada, en una historia de ciencia ficción (por momentos dura y sin complejos) que roza las tres horas de duración, que tiene un poder hipnótico brutal y que no sólo no defrauda sino que tiene la capacidad de apasionar.
Quizá el problema con Nolan está en que siga habiendo público que no digiere bien esa forma de entender el cine espectáculo. Quizá con Interstellar haya gente que no le perdona que coquetee con tanta facilidad con el Stanley Kubrick de 2001 o el Duncan Jones de Moon como con la ciencia ficción más accesible en sus explicaciones, esa que no deja cabos sueltos para que el lector contraponga las teorías más descabelladas porque siempre hay una escena o un personaje que explica claramente lo que ha sucedido. Eso sucede en Interstellar, es indudable. ¿Minimiza eso el impacto de su cine? Probablemente no, sobre todo si se han aceptado esas normas, las mismas que Nolan ha empleado desde el comienzo de su carrera, mostrando una enorme coherencia en sus planteamientos. A partir de ahí, Nolan tiene tal dominio de todo lo que aparece en la pantalla que la inmersión en su mundo es definitiva, brutal e impresionante, hasta el punto de convertir estos 169 minutos en una experiencia extraordinaria.
Nolan es un maestro a la hora de crear universos sugerentes, y eso en Interstellar se siente desde su primer plano. Su futuro es un reto. La forma en la que lo plasma, un inmenso acierto. La película se convierte así es un estímulo constante, especialmente sensorial pero también emocional. Es cierto que la comercialidad del cine de Nolan implica ciertas concesiones. La previsibilidad es una de ellas, y es fácil intuir cuáles van a ser las explicaciones fundamentales del entramado que crea ya desde la primera media hora de la película, una vez que ha asentado el escenario y entra de lleno en el desarrollo de la historia. Pero al mismo tiempo tiene una impactante capacidad de sorprender. No necesariamente por los giros de su guión, base de un cine mucho más efectista (y por tanto vacío) que el del autor de Memento, sino por la forma en que suceden las cosas. El montaje de la película y el estímulo tanto visual como sonoro (Hans Zimmer, sublime e incluso un poco excesivo) se encargan de ello.
A partir de ahí, Interstellar sabe aprovechar un espléndido reparto, en el que hay algunas sorpresas, que está encabezado por unos fantásticos Matthew McConaughey y Anne Hathaway. Con ellos, Nolan atrapa una emoción necesaria para que la película no sea un simple ejercicio a medio camino entre Kubrick y Terrence Mallick. Y no lo es porque, hay que insistir en que siempre dentro de los parámetros de los que disfruta Nolan, el conjunto es muy atractivo. Cuando se hizo público el primer y críptico trailer de la película, ya quedó claro que debía ser el más ambicioso intento de Nolan como narrador y ahora que la cinta es ya un hecho se puede decir que los objetivos han sido más que colmados. Interstellar es una de esas piezas de ciencia ficción comercial llamadas a perdurar, en las que las normas del espectáculo cinematográfico se aplican sólo en beneficio de la historia. La portentosa habilidad visual de Nolan, su impresionante sentido del ritmo y la colección de escenas formidable completan, con algún leve defecto, un imprescindible cuadro.
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