Es bastante evidente que Tracers es una de esas películas que busca un tema, algo llamativo que llene un trailer, y a partir de ahí construye un proyecto. Mal camino, por mucho que tantos y tantos estudios de Hollywood lo sigan al pie de la letra buscando modestos éxitos que al menos les hagan recuperar sus inversiones. Mal camino porque de ahí sólo pueden salir malas películas. Tracers lo es. Sin disimulo y casi con descaro, plenamente consciente del incontable número de tópicos que acumula en torno a su excusa, que no es otra que el parkour, esa modalidad de saltos urbanos que queda tan bien en pantalla pero que, desde luego, no puede ser la única base para un filme. Lo que utiliza Tracers a su alrededor es algo tantas veces visto que provoca hasta risas involuntarias y el hecho de contar con una supuesta estrella emergente de una saga popular, en este caso Taylor Lautner y Crepúsculo, no hace más que añadir argumentos para que el resultado sea francamente malo.
Se nota tanto que el parkour no es más que una excusa, que sirve para partir la película por la mitad. La primera parte es la del espectáculo visual, la que tiene que servir para convencer a los practicantes y aficionados del parkour de que ha compensado pagar la entrada. La segunda es la que en teoría tendría que añadir una historia atractiva al artificio. Pero no lo hace. Lo que hace el guión (¡escrito nada menos que por cinco personas, tres encargadas de desarrollar la historia y una sin acreditar!) que ejecuta Daniel Benmayor es acumular situaciones tópicas, diálogos trillados y estereotipos que se ven venir a la legua dentro de una trama tan rocambolesca que sobrepasa por mucho los límites de lo verosímil y que tiene errores de bulto, de esos que ayudan a que los personajes no estén bien construidos. Pero es que los personajes importan poco en la película. Lo que importa es su imagen, que encajen en el estereotipo de chavales de buen ver que un estudio de mercado avale para captar público joven.
Tendría que ser sorprendente que eso baste para que alguien pague entradas de cine, pero viendo la continua repetición de estos esquemas hay que suponer que es así. Taylor Lautner, amparado por su franquicia previa de éxito no sé sabe por cuánto tiempo, y Marie Avgeropoulos encajan en las descripciones físicas, tanto de aspecto como de movimiento (aunque se intuye que hay un trabajo abundante de los especialistas, porque en la vida real no debe de ser tan fácil aprender parkour como le resulta al protagonista del filme), con lo que Tracers tiene ya todos los elementos que quería: saltos que permitan a su director utilizar cámaras de todo tipo (hay que reconocerle al menos que la experiencia no es tan mareante como podría haber sido) para rodar la acción específica de esta película y colocar todos los tópicos a continuación para alcanzar una duración comercialmente aceptable, que afortunadamente se queda en los 94 minutos.
Como la eficacia de los planos de parkour la podrá medir mejor un experto que un espectador, y con seguridad Youtube estará lleno de vídeos de auténticos genios de la disciplina, el mayor aliciente de Tracers queda algo diluido. El mayor y el único, habría que decir, porque el resto es bastante rutinario. Nada que sorprenda, nada que se salga de los lugares más transitados de este tipo de cine. Nada de nada, en realidad. Y como no hay nada, no importa mucho cómo se construya esa nada, con un final absolutamente rocambolesco, surrealista incluso, que corona un despropósito bastante peculiar. Quizá sea suficiente para adolescente con dinero que gastar y poco deseo de exprimir el cerebro, pero en el fondo da cierta pena que haya un público que se contente con tan poco. Y no es que el parkour no pueda dar para construir una película en torno a él, desde luego, es que eso también se puede hacer bien o rematadamente mal como en Tracers.
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