Sin James Wan, Insidious es menos Insidious en
este Capítulo 3, que en realidad no es una secuela de la segundaentrega, sino una especie de año cero de la mitología que se mostró en la
primera. Y el producto final es resultón. Algo flojo, eso sí, porque la
película incide en los clásicos errores del cine de terror moderno y porque hay
muchas situaciones o especialmente bien resueltas, pero desde luego sí parece
algo suficiente para los aficionados al género porque está hecha con cierto
oficio, a pesar de ser la primera película como director de Leigh Whannell y
que obviamente no tiene los recursos que Wan mostró a la hora de completar los
huecos de la primera entrega con la secuela. Por esa razón, esta tercera
película, con un cambio de protagonistas y dando un papel esencial a una
secundaria de las dos anteriores películas, siempre parece lo que es, un
intento de estirar el chicle, poner una vez más el título de Insidious en
la pantalla y ganar unos cuantos dólares más. Con cierta dignidad, pero es así.
Lo que sigue
sorprendiendo es que en películas de gran estudio siga habiendo errores tan
flagrantes, fallos de continuidad, guiones que no respetan demasiado a los
personajes que introducen o reglas un tanto difusas de estos fantasmas que
acechan en el cine de terror contemporáneo. De todo ello hay en esta tercera
parte de Insidious, lo que limita el resultado final a una historia
más o menos aceptable, con los sustos habituales y una forma de entender el
género demasiado sencilla como para pensar que este título tiene algo más que
decir que la satisfacción del aficionado ya convencido. Pero incluso al
aficionado de esta serie le puede llegar a chirriar el final, porque pone algo
en cuestión lo visto en las dos anteriores entregas. Quizá no sea más que un detalle
menor, una forma de cerrar la historia (siempre que la taquilla no diga lo
contrario, por supuesto), pero en el peor de los casos sí es un cambio no
demasiado atractivo.
En realidad, cuando
uno piensa en cine de terror como el de Insidious, es bastante
probable que algunos de los defectos de la película puedan ser vistos como la
razón para verla. Así sucede con el uso del sonido, tramposo y efectista pero
clave esencial de los sustos que tiene la película, o con la forma en que las
sombras se apoderan de la pantalla, previsible pero base de esos mismos
momentos de buscado terror. Los avances argumentales, en realidad, quedan en un
segundo plano hasta el último tercio de la película, que sigue el esquema
tradicional de este tipo de relatos sin salirse ni medio milímetro del camino
ya trazado por tantos y tantos intentos previos, incluyendo la primera película
de esta misma serie. Salirse de ahí fue precisamente lo que hizo del segundo
filme el más interesante de la trilogía, aunque sea el primero el que tenga la
mayor fama.
Este Capítulo 3 ni
siquiera tiene un reparto excesivamente atractivo. Quitando a los personajes ya
conocidos, destacando a Lin Shaye aunque más por carisma que por un gran
trabajo de actuación, ni la joven Stefanie Scott ni el ya veterano Dermot
Mulroney, hija y padre en el filme, consiguen sustraer sus personajes de la
etiqueta de tópico ya visto demasiadas veces. De hecho, lo más divertido está
en los guiños humorísticos que hay antes de ese clímax, porque sorprende que en
una saga tan anclada en lo fantástico, en ese otro mundo del más allá (o Más
Lejano, como se le denomina), al final buena parte de la resolución dependa de
lo físico, de un ataque personal y no del terror que surge de las sombras. Con
todo, y aunque haya ya tantas películas de esta índole, sigue siendo evidente
que hay un público que las consume, independientemente de su calidad. Esta no
es ni mala ni buena. Es, simplemente, una más.
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