Nueva película de Paul Feig con Melissa McCarthy y nuevo despliegue de gags, bromas, y chistes del mismo estilo de lo ya conocido. Como suele suceder en estos casos, quien se haya reído con La boda de mi mejor amiga o Cuerpos especiales, también se reirá con Espías, porque repite las mismas constante y el humor gamberro de aquellos dos filmes. Pero aquí hay una sorpresa, y es que hay dos actores que arrasan en el entorno ya trillado de director, escritor y protagonista (que nadie se deje engañar por el cartel español de la película, la protagonista es Melissa McCarthy de forma indiscutible): Jason Statham y Rose Byrne. El primero demuestra tal sentido del humor riéndose de sí mismo y su más absoluto encasillamiento que es imposible no reírse con él en sus divertidos diálogos, los más acertados de todo el filme. Y la segunda es una actriz de tanto talento, aunque no se le reconozca demasiado a menudo, que tampoco se le resiste el papel de comedia que le ofrece Feig.
La presencia de Statham y Byrne consigue, de hecho, que las dos horas exactas del filme (por si alguien tiene interés, durante los títulos de créditos se deslizan algunas bromas en el grafismo y a su fin hay una toma falsa) no se hagan demasiado largas. Porque, en realidad, lo parecen durante la película, que tiene un ritmo tan apabullante (y no necesariamente en el buen sentido) de gags que parece increíble que haya conseguido alargarse tanto. No hay una historia brillante, ni siquiera apañada, sino una incontenible acumulación de chistes. Eso, aunque Feig no sea consciente, es un problema, porque aumenta el nivel de error y multiplica la presencia de momentos sin gracia. Los hay muy divertidos, eso está claro, pero siendo tantos los intentos y siendo el filme tan largo es difícil escapar de esa irregularidad... si no fuera, de nuevo hay que insistir en ello, por Statham y Byrne, cuyas dosificadas presencias (más la de él que la de ella) aportan brillantez al conjunto.
Feig arranca la película como una parodia de James Bond, a lo que ayuda el carisma de Jude Law (y su esmoquin) y los títulos de crédito y la banda sonora bondianos que Feig utiliza, recursos tan fáciles de reciclar como efectivos. Pero después, aunque se mantenga el homenaje al cine de espías por el constante cambio de escenario (y esa querencia tan de 007 por diversas localidades europeas), en cuanto McCarthy toma el protagonismo absoluto de la película, Espías se desliza a los terrenos más comunes. Y ahí volvemos a lo mismo de siempre en las comedias: o se aprecia a su protagonista o la película puede convertirse en una experiencia de difícil digestión. Es tan descarada la decisión de dejarlo todo en manos de McCarthy que lo sorprendente es que Statham, que no es precisamente un gran actor, o Byrne, que no se ha distinguido hasta ahora por ser una gran cómica, sean capaces de destacar con tanta claridad e independientemente del papel que les reserva el guión.
Aunque el doblaje supone una tergiversación de la experiencia, hay chispa en los diálogos, y ahí, toda una sorpresa, es donde destaca Statham. Byrne tiene presencia, una sorprendente vis cómica y una elegancia total, pero Statham arrolla en cada escena en la que aparece. Y por eso duele menos la duración, la exageración visual para hacer creíbles las habilidades en el cuerpo a cuerpo del personaje de McCarthy o la simplista trama, supeditada siempre al momento cómico. En realidad, tampoco es que Espías aspire a ser mucho más de lo que es, y en su terreno cumple razonablemente bien. No es la comedia más sofisticada del mundo (¿siguen haciéndose comedias de ese tipo?), pero saca del espectador, incluso del menos propenso al género, más de una risa. Incluso alguna carcajada. Pero sí, la culpa la suelen tener Statham o Byrne, mucho más que McCarthy o Feig, que en todo caso superan con creces los resultados de Cuerpos especiales.
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