En algún momento, alguien pensó que las películas de bodas eran un material perfecto para hacer comedias. Pero hay ya tal saturación de títulos que parten de esa excusa que quizá habría que plantearse la necesidad de olvidar los enlaces y sus celebraciones al menos por un tiempo, porque la fórmula está agotada. Esta es, por supuesto, una visión que un sector del público no va a compartir. Porque de la misma manera que Ahora o nunca da la impresión de no ser una película particularmente divertida, también parece una que tiene un segmento de público que la va a acoger con agrado, aunque sólo sea por sus dos protagonistas, Dani Rovira y María Valverde, y al menos una de sus secundarias, Clara Lago. En realidad, se puede decir que el éxito de la película entre quienes no lo tengan muy claro descansa en las espaldas de Rovira. Si él cuela, la película también. Pero si no es el caso, se notará esa sobreexplotación de chistes y situaciones en que se convierte el filme, una sucesión de gags más que una historia con vocación de ser redonda.
El principal dilema que plantea Ahora o nunca es doble. Por un lado está ese explotadísimo tema central. ¿Algo de originalidad en la forma en que lo trata? La verdad es que no. Incluso la novedad de tener por separado a novio y novia, Rovira y Valverde, acaba jugando en contra de la historia, porque da la impresión de estar viendo dos relatos bastante poco conectados (incluso tres, lo del autocar es directamente prescindible y bastante cargante, además de la mayor incongruencia temporal del guión). Y por otro lado está la excesiva dependencia de los actores para que la película se sostenga. Una cosa es aprovechar un talento más o menos indiscutible de un actor y otra dejar el filme completamente en sus manos. Eso hace que sobre todo Dani Rovira sea el elemento que permite valorar la película de una forma más adecuada. Si él hace gracia, la película se salva. Si no, se pierde. Y las sensaciones que deja el filme están más cercanas a lo segundo porque no es precisamente Rovira el protagonista de los chistes más salvables.
Está más que claro que Ahora o nunca es una película pensada para reproducir éxitos cercanos y lejanos. Ocho apellidos vascos, con la espléndida recepción que tuvo entre crítica y público, pide un producto similar lo antes posible, como también parece inagotable, y ya hay que decir que por desgracia, lo que ya casi se ha convertido en un subgénero, las películas de bodas. En esa línea, puede ser un producto pasable, gracias sobre todo a su contenida duración. Tampoco es un filme que provoque la ira del espectador ni tiene una calidad infame, no es eso. Pero sí acaba motivando una indiferencia bastante notable. Más que a los personajes, que más allá de ese afán organizador que tiene el novio no tiene grandes características personales o emocionales que despierten una empatía inmediata, estamos viendo a los actores. De ahí la necesidad de que caigan bien antes incluso de ver la cinta para que esta se pueda disfrutar.
Pero en general, incluso entre quienes la abracen con simpatía como el producto perecedero que es, la sensación que queda es la de película fácil y de consumo muy, muy rápido. Tan pronto como se ha visto, se olvida, sin que haya personajes, situaciones o incluso postales (que Ahora o nunca también aprovecha ese recurso tan manido en el cine contemporáneo de buscarse un escenario reconocible como fondo, destacando Amsterdam en este caso) que merezcan permanecer en la memoria del espectador. María Ripoll tampoco aporta nada especial para que Ahora o nunca sea algo diferente de todo esto, ni sortea el gran problema de presentar una comedia que no es divertida en demasiados de sus episodios. Y si no es divertida, mal vamos. Se acepta que la comedia es el género más difícil, pero también hay que exigir algo más, porque de lo contrario el género se quedará tal y como parece estar con demasiada frecuencia: estancado en los mismos temas, gags y tics de siempre.
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