Es fácil adivinar qué tiene que ofrecer Pompeya sólo atendiendo a su título. Un volcán en erupción que se lleva por delante todo lo que está en el camino de sus ríos ardientes de lava y su lluvia de cenizas. Una película de desastres con aroma a cine de romanos, de gladiadores y de senadores. Pero lo malo es que el desastre que narra no es el único que contiene la película, que podría haber sido un entretenimiento al menos pasable de fortalecer sus mejores bazas. Dado que tiene un muy logrado aspecto visual, tanto en la siempre nostálgica traslación al antiguo Imperio Romano a través de trajes y entornos como en los efectos especiales que utiliza para recrear la furia del volcán, e incluso admitiendo como inevitable lo más previsible y rutinario del guión, es una auténtica lástima que los diálogos arruinen por momentos la experiencia. Ayudan a que los personajes sean mucho más planos y llegan a ser la causa de esa risa nerviosa que provoca en el auditorio una comedia involuntaria como acaba siendo a ratos. En el guión hay, efectivamente, desastres por doquier.
Antes de que lleguen frases tan terribles que despiertan una nada buscada hilaridad (como el "no hay sitio para ti" del clímax, tan gratuito como inexplicable), lo cierto es que la impresión final que deja Pompeya es la de una serie B agradable. Los actores, aunque precisamente por eso la película sea más previsible de lo que debería, encajan en los perfiles que busca la historia (Kit Harington es un buen héroe, Emily Browning una correcta dama en apuros, Kiefer Sutherland un malo algo caricaturesco pero identificable por eso mismo), el diseño de producción se antoja acertado aunque en algunos momentos se note que no estamos ante una superproducción de gran estudio y los efectos visuales son más que correctos. Incluso la dirección de Paul W. S. Anderson, contra todo pronóstico viendo su filmografía (en la que figuran títulos como Mortal Kombat, Alien vs. Predator o alguna entrega de Resident Evil), es pretendidamente clásica en muchos momentos, lo que facilita la inmersión en un cine por desgracia pasado de moda como es el de romanos.
Pero las ilusiones van cayendo poco a poco sin posibilidad de rescate. Hay que insistir en que se puede aceptar la ingenuidad (incluso alguna escena de muerte más bien fallida) o la ausencia de pretensiones más elevadas, pero no muchas de las cosas que suceden en la pantalla, donde se van sucediendo casualidades imposibles, reacciones absurdas y, sobre todo, unas frases que restan eficacia a las buenas intenciones que esconde el filme. Aún disfrutando de la vertiente más religiosa que se desliza en algún momento, eso va enterrando progresivamente todas las opciones de que la película llegue a emocionar, por mucho que la sencilla historia de esclavos gladiadores (en la que se nota más de un intento de imitar a la espléndida Gladiator de Ridley Scott con leves variaciones) se convierta en una de amor que es más difícil de creer. Los giros de guión son tan manidos y previsibles que tampoco ayudan. Pero todo, hay que insistir en ello, habría sido mucho más llevadero con algo más de ingenio y acierto a la hora de dar forma a las escenas y a lo que los personajes dicen.
Puede que el motivo de estos puntos débiles esté en que la película haya querido potenciar la fuerza de las imágenes, la credibilidad en la recreación de la erupción del volcán, y que todo encaje en unos cánones visuales que satisfagan tanto a aquellos que disfrutan con el peplum más clásico como a los espectadores más contemporáneos. Aún así, se antoja complicado seguir a Pompeya a los lugares a los que quiere llevar al espectador, porque la propia película se pone muchas trabas, convenciones e incluso trampas para que el resultado sea lo que le habría gustado ser. Y lo peor de todo es esos infumables diálogos que ofrece acaban sacando al espectador de la película con demasiada facilidad. Si es posible abstraerse de tan contundente defecto, es un simple divertimento familiar, que se aleja de los excesos carnales y violentos de los romanos más exitosos, los de Spartacus en televisión, y que no consigue llegar a las cotas míticas de este cine en los años 50 y 60 del pasado siglo o de las mejores recreaciones modernas, por pocas que sean.
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