Si la eutanasia es un tema complicado de abordar en la vida real o en el debate social, no lo es menos en el cine. Miel es, en ese sentido, una película valiente. Valeria Golina, aquella actriz italiana que aparecía en Rain Man y en alguna que otra película norteamericana de finales de los años 80 y comienzos de los 90, es la principal artífice de esa valentía, como directora de este su primer largometraje y coguionista. Pero es que además de la valentía que supone encarar el proyecto hay que hablar de la que encierra la mirada por la que apuesta la película, la de la belleza sensible de una espléndida Jasmine Trinca que marca un proceso emocional delicadamente narrado para mostrar los grises que hay en este debate sobre la muerte pero también sobre la vida. Desde ahí, desde la ausencia de adoctrinamiento y apostando por mostrar el alma de los protagonistas, es desde donde Miel se convierte en una película a tener en cuenta.
Golino nos describe a su protagonista, que se hace llamar Miel pero cuyo nombre real es Irene, a través de su trabajo, de los viajes que tiene que hacer y de las situaciones emocionales a las que tiene que hacer frente. Todo con una seguridad importante, en la que ella siente como importante ser fuerte, dura y serena. ¿Pero qué puede hacer que esas sensaciones se desmoronen? Ese es el trayecto emocional que describe Golino, y lo hace con sensibilidad y sinceridad, sin juzgar a ninguno de los personajes que aparecen en la pantalla, por extremos que sean sus comportamientos y por difícil que sea entender las decisiones que adoptan para cada espectador. Esa es la riqueza de Miel, que invita a sentir pero también a pensar. Las emociones son relativamente fáciles de conseguir, pero la reflexiones no, sobre todo aquellas que perduran una vez que se ha terminado la película.
En algún momento la película recorre terrenos que no parecen tan firmes, cuando trata de escarbar en aspectos de la vida personal de Irene que no están directamente vinculados con la trama central de la película. Al final todo cobra sentido como parte de una panorámica emocional compleja, pero es quizá ahí donde se le escapa levemente la película a Golino. Salvando esos pequeños detalles, dirige con firmeza, crea algunos momentos visualmente espléndidos (la primera secuencia en la que aleja la cámara por un largo y metafórico pasillo, el plano-contraplano de la conversación entre Irene y Carlo), y, sobre todo, conduce muy bien a sus actores. Jasmine Trinca entiende a la perfección ese viaje emocional que quiere ser la película y tanto ella como su personaje muestran una madurez creciente en la pantalla. Carlo Cecchi acaba siendo el complemento perfecto para entender además ese carácter de escala de grises sobre la vida y la muerte que es el filme.
La película, su directora y su protagonista han recibido elogios y reconocimientos en varios festivales y no es nada extraño que haya sido así. Miel es un intenso recorrido vital condensado en unos pocos días, lo que habla muy bien del trabajo de síntesis que se ha hecho a la hora de escribir y de montar el filme en unos ajustados y en ese sentido casi perfectos 98 minutos en los que es difícil sustraerse al encantado de la intensa mirada de Jasmine Trinca, que va mucho más allá de la belleza física para mostrar con sus ojos el interior de su alma. Eso es lo que más valor tiene en el filme, que bajo un aspecto pretendidamente frío y en el que no se pide una complicidad ciega con ninguna forma de afrontar la vida o la muerte, se condensa una inagotable colección de sensaciones. Valeria Golino debuta francamente bien como directora y se gana que su nombre esté apuntado ya en muchas agendas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario