Nada más acabar las ¡más de dos horas! que dura Need for Speed, aparece un rótulo que ocupa toda la pantalla pidiendo que no se repita en la vida real lo que se acaba de ver, que todo ha sido rodado por especialistas en circuitos cerrados y controlados. Es la señal de los tiempos políticamente correctos en los que vivimos, que obliga a colocar esta advertencia para evitar futuras demandas por imitación después de una historia que muestra a un glorificado héroe romper más de una docena de leyes, y no sólo las de tráfico, para demostrar que es un piloto espléndido. O, en realidad, lo que hace Scott Waugh, tras una larga experiencia como especialista, es un precioso y larguísimo anuncio de coches, un trabajo publicitario de primer orden que mimetiza lo que ya hizo en Acto de valor, que codirigió con Mike McCoy, que era un elaborado anuncio de los Navy Seals. ¿Y el videojuego que da origen a la película? Pues en el título y en los coches, no había muchas más posibilidades.
En la habilidad como especialista de Waugh es donde está lo mejor y más rescatable de Need for Speed, porque hace que luzcan los deslumbrantes y lujosos coches que coloca en la pantalla, crea esa sensación de velocidad (cómo ayuda en este sentido la trepidante aunque algo predecible música de Nathan Furst) que exigía inexcusablemente el título y hace que los vehículos sean los únicos protagonistas del filme. ¿La historia? Mejor no tenerla en cuenta si se quiere disfrutar algo de la cinta, porque está tan llena de personajes tópicos, insensataces varias, situaciones previsibles y diálogos absurdos que en base a ese argumento habría que machacar sin piedad el resultado final. Y en el fondo no se lo merece, al menos no de forma radical, aún asumiendo los fallos, incluyendo errores de continuidad, y los lugares comunes, porque no deja de ser un simple divertimento que con un nivel de exigencia bajo no termina de funcionar mal del todo. Por eso los tópicos son tópicos, porque son reconocibles, fáciles y funcionales.
Y es verdad que para rellenarlos se ha escogido a actores competentes y adecuados con lo que se espera de los estereotipos, empezando por Aaron Paul, Imogen Poots y Dominic Cooper, por lo que el resultado no podía salir mal del todo en ese sentido. Ahora bien, la rareza interpretativa de la película es Michael Keaton, que se suma a esa moda que parece estar instalándose en Hollywood de crear un personaje que no tenga contacto físico con ningún otro, lo que permite contar con un actor más o menos conocido sin necesidad de que ruede al mismo tiempo que los demás. Este un tanto desatado Keaton interpreta al promotor de la carrera ilegal en la que participa el protagonista para vengar afrentas pasadas. El reclamo, no obstante, no está en los actores, sino en la glorificación de esa conducción imposible de los videojuegos y que en el salto a la gran pantalla se rellena con las imprescindibles justificaciones a la enorme colección de infracciones y delitos que sazonan los actos de los protagonistas.
Por todo ello, Need for Speed es una película más que previsible de principio a fin, que no cuenta con la sorpresa como uno de sus puntos a favor ni en su trama, ni en sus caracterizaciones ni tampoco en lo que cabe esperar de ella. En todo caso, es obvio que las aspiraciones de la cinta no son más que las que sí consigue Waugh en cierta medida: que haya coches, carreras ilegales, accidentes espectaculares y poco más. Eso, obviamente, genera un halo de desilusión porque empieza a instalarse como la norma. ¿Para qué hacer una buena película si basta con cumplir el expediente y hacerlo con un presupuesto que no se dispare? Si alguien quiere ver una película sobre automovilismo realizada con más destreza comecial, siempre quedará Días de trueno. Y si se busca una buena película de verdad sobre este mundo, está Rush. Para todo lo demás, y por supuesto sin pensar que nada de lo que sucede en la pantalla es verosímil o mínimamente realista, Need for Speed.
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