Ese principio vital que da más importancia al viaje que al destino es lo que da fuerza a Anochece en la India, debut en el largometraje de Chema Rodríguez, autor también del guión. El viaje que narra en el filme queda inconcluso, precisamente para incidir en la importancia de lo que hay en los poco más de 90 minutos anteriores a ese desenlace que plantea, entre lo trágico y lo onírico y que deja cierta sensación de desconcierto. No es esa sensación algo necesariamente negativo porque parece formar parte de los planes del autor, pero sí que parece privar a la película de un necesario redondeo. Una cosa es que importe más el viaje, pero quedarse sin destino puede frustrar al espectador. Siendo ese viaje lo que importa, Anochece en la India se convierte en una apetecible road movie, singular por mucho motivos y al que el mayor pero añadido que se le puede poner está en el sonido, un defecto demasiado habitual en el cine español y que rompe continuamente la atmósfera y, especialmente, la sobresaliente actuación de Juan Diego.
Rodríguez basa su viaje en dos pilares fundamentales. El primero, el esencial en realidad, son sus actores. El reparto busca ser realista y humano, lejos de los cánones de belleza que suele explotar el cine, algo que la credibilidad de la película agradece sobremanera, incluso aunque la película contenga el inevitable desnudo femenino que, estirando hasta la extenuación el tópico, no parece faltar nunca en una película realizada en nuestro país. Juan Diego borda el papel de Ricardo, un viejo cascarrabias en silla de ruedas que decide emprender ese viaje hacia la India y Clara Voda, dando vida a su asistente, Dana, una mujer rumana que se ha pasado un largo tiempo cuidándole en España y que no quiere quedarse atrás en esta descabellada aventura. Uno de los aciertos esenciales de Rodríguez en esa trama es que va alternando y, sobre todo, interrelacionando el protagonismo de los dos personajes centrales.
El segundo pilar está en los escenarios en los que se desarrolla la película. Es inevitable que la mayor fascinación se produzca en el ramo final, en la India, pero en realidad es todo el filme el que encandila visualmente, con un atractivo trabajo de fotografía y de búsqueda de localizaciones. Como en el caso del reparto, este aspecto destaca porque está todo anclado en la realidad. No hay nada edulcorado ni embellecido, todo suena absolutamente real, e incluso sirve para que las calculadas imprecisiones del guión (el pasado de Ricardo, el motivo de que esté postrado en una silla de ruedas, la deuda del amigo con el que habla por teléfono o algunos aspectos de la vida de Dana en Rumanía) porque, de nuevo hay que insistir en esa idea, lo que importa es el viaje, enriquecido con la presencia de otros personajes que entran y salen para apuntalar con acierto la personalidad de los dos que de verdad importan, Ricardo y Dana.
Anochece en la India tiene ciertas flaquezas en lo que no muestra, el único flanco de la película en el que puede reinar cierta irrealidad. Y, sobre todo, hay un trabajo no del todo depurado en el sonido, que perjudica esencialmente a Juan Diego, algunas de cuyas frases entran en el terreno de lo ininteligible, y seguramente no por culpa del intérprete. Al margen de esos dos detalles, el filme es una pieza atractiva e interesante, que bucea en el alma de unos personajes que de forma voluntaria elude cerrar para que sea el espectador el que salga de la película interpretando lo que ha sucedido. Como ópera prima es muy atractiva y la historia que plantea es lo suficientemente fresca como para irle olvidando los defectos a pulir y centrarse en sus muchos aciertos, empezando por la espléndida escena inicial bajo la lluvia, una fotografía difusa del alma de los personajes que elude las aclaraciones que daría un plano completo.
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