domingo, enero 12, 2014

'The Grandmaster', preciosismo confuso

La apuesta por la estética por encima de la historia empieza a ser un fenómeno que se repite con frecuencia en el cine contemporáneo, independientemente de su procedencia o género. Sucede en las grandes producciones de efectos especiales de Hollywood, pero también en otras cinematografías y en títulos más ambiciosos. The Grandmaster, la película con la que Wong Kar Wai rompe un silencio de seis años, cae en ese mismo saco. Será difícil que surjan voces que no sepan apreciar el preciosismo visual de su película de artes marciales (aunque, como todo, hay elementos discutibles en sus decisiones), fruto de años de trabajo para dar con las coreografías y el aspecto adecuados. Pero al mismo tiempo es difícil conectar con la historia que plantea el filme, erróneamente vendido como "la leyenda del maestro de Bruce Lee" debido a que eso es algo absolutamente intrascendente en su desarrollo, porque al final no queda claro qué quería contar exactamente Wong Kar Wai o el papel de algunos de los personajes que desfilan por la pantalla.

The Grandmaster es, por tanto y por encima de todo, un canto de amor a las artes marciales orientales, mostradas en detalle y componiendo hermosas y formidablemente elaboradas coreografías. Wong Kar Wai mezcla planos a velocidad real, a cámara lenta y también ralentizada. Mezcla planos generales y detalles. Personajes y el entorno. Y le suma una formidable música de Shigeru Umebayashi y Nathaniel Méchaly para que el deleite audiovisual sea lo más completo posible. Ahí, pese al riesgo de repetición, está lo mejor de la película. Eso sí, hay un pero que se le puede poner en este aspecto, por menor que pueda parecer dentro del gozo visual. Como las películas orientales más conocidas en occidente que han explotado las artes marciales (Tigre y dragón, La casa de las dagas voladoras), no escoge un tratamiento realista de los movimientos, sutil y deliberadamente exagerados hasta lo imposible. Eso, teniendo en cuenta que pretende narrar una historia real, puede suponer un desliz para algunos espectadores.

Pero el problema de The Grandmaster está en un guión que queda lejos de estar bien perfilado. Quizá su principal defecto esté en que no termina de apostar con claridad por una historia que quiera contar. ¿Es la del maestro de Bruce Lee, Ip Man? Si lo es, tiene demasiados tiempos muertos en los que él está lejos de ser el centro de atención. ¿Es la historia del conflicto entre Japón y Hong Kong? Lo mismo, está presente en el centro del filme, pero no en el resto. ¿Es la de los clanes del norte y del sur? Su relato se apaga tras el primer tercio de la película y, en realidad, no tiene consecuencias en lo que viene a continuación. Todo es así. Y no se puede decir que los actores no crean en sus personajes, más bien al contrario porque hay un gran esfuerzo en el reparto encabezado por un Tony Leung sobrio y una Ziyi Zhang intensa, ambos enormes en las acrobacias que les exige el guión. Pero precisamente esa indefinición de la película hace que muchos personajes se queden en menos de lo que prometían e incluso aparezcan y desaparezcan sin mayor motivo.

Es fácil sucumbir a la fascinación de las imágenes de la película, pero también a la confusión que va generando la historia con sus continuos y no muy claros cambios de rumbo, que van dejando personajes descolgados y tramas descolgadas. Según pese más una cuestión o la otra, gustará más o menos la película, pero parece justo atribuirle a The Grandmaster un cierto olor a decepción. Los buenos mimbres que hay, históricos y temáticos, además del largo tiempo que ha dedicado Wong Kar Wai a la preparación de la película no bastan para fascinar, porque la historia ofrece una descompensación que provoca largos tiempos muertos en cada uno de los focos de la historia. Quedan las artes marciales y la plástica plasmación de los combates en la pantalla. Preciosa desde ese punto de vista, pero insuficiente porque no deja de tener un toque de déjà vu en la mezcla de la mencionada Tigre y Dragón con Matrix (no es en absoluto casual que compartan coreógrafo) y porque la historia no acompaña.

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