El cine sobre boxeo es casi un subgénero en sí mismo, y rara vez falla. Rara vez, sí. Pero aquí lo hace. Y a lo grande. La gran revancha tiene un objetivo clarísimo, y es apelar a la memoria del espectador. La protagonizan Sylvester Stallone y Robert de Niro, dos de los actores que más han triunfado dando vida a boxeadores, con Rocky y Toro salvaje respectivamente. Aquí son dos púgiles que retoman un enfrentamiento que quedó treinta años atrás porque uno de ellos decidió retirarse del deporte antes de que tuviera lugar un tercer combate que aclarara quién era el mejor de los dos. Tanto da que los actores firmaran para hacer la película con un guión ya escrito o que se escribiera para que ellos pudieran tomar parte en este revival pero esto no es un Rocky vs Toro salvaje. Se queda indescriptiblemente lejos de lo que conseguían aquellas películas por separado y se queda en una comedieta con la que en ocasiones se puede uno reír pero que, en conjunto, es un paso más en la deriva de sus dos protagonistas, especialmente sangrante en la de un De Niro que, salvo alguna esporádica genialidad, ya no tiene medida.
Lo que está claro es que la película está montada en torno a la nostalgia y a las imágenes de aquellas dos películas que pueda evocar la memoria del espectador, y eso hace que el resultado duela más, aún sabiendo que los objetivos de ésta nada tenían que ver con los de sus referentes. La gran revancha sólo es aceptable como parodia, y en ese terreno sí tiene algunos momentos divertidos. Pero cuando quiere convertirse en una reflexión sobre el paso del tiempo o la madurez hace aguas por todas partes. No es que sea una sorpresa teniendo en cuenta que su director es Peter Segal, autor entre otras de Ejecutivo agresivo, Superagente 86, El clan de los rompehuesos o El profesor chiflado II. Pero siempre es descorazonador ver sobre todo a De Niro de esta guisa. Ni siquiera le ha importado ponerse en forma para el filme porque, en realidad, no hacía falta, y eso hace aún más delirante el clímax. Durante toda la película hay un evidente esfuerzo de ocultar sus cuerpos y no sería de extrañar que los retoques visuales que hay en su arranque, para ilustrar las peleas de hace treinta años, también se hayan usado en el final.
Entre una y otra escena, La gran revancha colecciona tópicos y clichés de todos los colores que hacen que todo lo que sucede, incluso el final, sea absolutamente predecible. La idea de agarrarse al carisma de los actores podría haber funcionado hace tiempo, antes de que Stallone se volcara en la nostalgia como única forma de hacer cine (y que ya le ha hecho naufragar con Los mercenarios o Plan de escape, aunque no en taquilla) y de que De Niro acumulara tantas y tantas experiencias negativas que han ido ensombreciendo sin remedio la carrera de uno de los más grandes actores del último cuarto del siglo XX. A ellos se une un Alan Arkin al que ya parece darle todo igual (lo llega a decir hasta su personaje sobre el ring en la última escena, y casi parece que quien habla es el actor), una Kim Basinger bellísima a sus 60 años (podrían tomar nota quienes jubilan maniquíes a los 40), un Jon Bernthal que acumula más tópicos en la cinta y las gracias no siempre divertidas de Kevin Hart.
La nostalgia actúa como un arma de doble filo. Por un lado, es lo que hace que La gran revancha se vea como una película deficiente y fallida, tópica y larguísima (113 minutos) para lo que ofrece, porque en nada se aproxima a las dos películas que descaradamente quiere referenciar, la obra maestra que es Toro salvaje y el notable e icónico drama pugilístico que es Rocky. Pero también es lo que, en el fondo, impide a quien adore esas dos películas masacrar esta especie de revival en forma de comedia. De su parte dramática casi es mejor ni hablar, porque sencillamente no funciona. Eso sí, las dos escenas que hay en los créditos (sí, dos, aunque afortunadamente no hay que esperar demasiado para verlas) son la mejor descripción de la película. La primera evidencia el punto en el que se encuentra la carrera de De Niro. La segunda, sin que ni él ni Stallone estén presentes, es lo más divertido, con dos cameos delirantes y que, probablemente, habrían servido de base a una película mucho más divertida que La gran revancha.
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