El primer largometraje de Jorge Dorado llega con un cartel impecable: producida por Jaume Collet-Serra, rodado en inglés con un reparto encabezado por Mark Strong y Taissa Farmiga y con unas hechuras que buscan asemejar el producto al mejor thriller hollywoodiense. En ese sentido, la factura de Mindscape es impecable, está rodada con oficio y entretiene. Pero al mismo tiempo obliga a desconectar el cerebro para no anticipar todas y cada una de las sorpresas que tendría que esconder el guión de Guy Holmes, escritor debutante en el mundo del cine. No es que sea previsible, que también, es que es demasiado evidente. No hay que estar demasiado despierto para ir viendo las pistas diseminadas a lo largo de toda la película para saber lo que está sucediendo, y eso, en un thriller, acaba por ahogar la atmósfera que plantea. Y es una pena porque, insisto, hay buenos elementos en la propuesta. Quizá haya que achacarlo a que estamos ante un director novel, quizá a presiones de la productora, quizá un poco a todo.
Hay más de un referente para Mindscape, y hay uno que destaca por encima de los demás, pero escribir aquí ese título podría tener dos efectos. Por un lado, hacer que el espectador busque lo que realmente no es este filme y, por otro, reventar por completo la película. Así que toca prescindir de esa referencia porque los spoilers vienen a ser uno de los grandes enemigos del cine moderno y, en realidad, el más fácilmente evitable. En realidad, bastante se puede anticipar ya sabiendo que es un thriller psicológico en el que existen unos peculiares detectives que son capaces de indagar en los recuerdos de las personas para así resolver crímenes. John (Mark Strong) es uno de esos detectives, que supera un drama personal para volver al trabajo, concretamente a un caso en apariencia sencillo, el de una joven, Anna (Taissa Farmiga), que se niega a comer. Pero tanto ella como su familia esconden secretos que hacen que la investigación se vaya complicando progresivamente.
¿Funciona la trama? Sí, eso sí. Pero hay que insistir en que funciona obviando las pistas y los descuidos que hay en el filme. Funciona por el interés que despierta la relación entre John y Anna, porque en el fondo siempre es atractivo el descenso a la mente humana que plantea la película y porque los actores creen en sus personajes. A Mark Strong se le ve cómodo en el suyo, a pesar de que está muy acostumbrado a dar vida a villanos, y hay química con Taissa Farmiga. Pero para disfrutar de sus interpretaciones lo mejor es vivir cada escena y prescindir del conjunto, porque a eso obliga la ingenuidad que hay en muchas situaciones y sobre todo los muchos indicios que apuntan claramente al final de la historia, prácticamente desvelado en el primer cuarto de hora de sus 100 minutos. En todo caso, Dorado rueda con acierto, sabe colocar la cámara, y salvo los excesos habituales en el uso de la música para recalcar lo evidente (aunque las melodías de Lucas Vidal también ayudan a crear la lograda atmósfera del filme), nada parece fuera de lugar visualmente.
Mindscape acaba siendo una de esas películas que resultan atractivas si son juzgadas con benevolencia, pero que al mismo tiempo dan pie a críticas más feroces por la ausencia de sutileza o por los clamorosos fallos en el guión. Siendo una ópera prima y viendo los prometedores elementos que hay en ella, casi se merece optar por lo primero y simplemente disfrutar de un planteamiento atractivo y de un buen reparto, aunque por desgracia la sorpresa que busca esté diluida casi desde el inicio. Forma parte, en todo caso, de una agradable corriente en el cine español, que abre caminos explorando vías que Hollywood domina desde hace años, una que abanderan autores como el propio Collet-Serra o Rodrigo Cortés, que probablemente Alejandro Amenábar llevo a pensar que podía tener éxito, una que probablemente no guste a quienes quieran una cinematografía española con signos únicos e inconfundibles pero que ayuda en la siempre despiadada lucha por la taquilla buscando públicos diferentes y acostumbrados al cine norteamericano.
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