Por Lucía Alegrete.
El consolidado y veterano director japonés Yôji
Yamada se atreve a dirigir la adaptación del gran clásico de Yasujirô Ozu,
Cuentos de Tokio (1953), sesenta años después de su estreno. A pesar de los
riesgos y reprobaciones a los que se podía enfrentar y sobre todo la inquietud que
embargaba a los más puritanos cuando escucharon que se iba a realizar un remake
del filme, ya que ésta es considerada una obra cumbre no sólo del cine nipón sino a nivel mundial, la jugada le ha salido perfecta. Yamada ha sabido plasmar
magníficamente las intenciones y anhelos del grandísimo cineasta, a quien le
rinde un homenaje maravilloso para conmemorar los cincuenta años de su muerte.
La gran dificultad residía en conseguir trasladarla a nuestros días sin perder
la esencia con la que se creó, y esto se han solventado con maestría. Las
buenas críticas y alabanzas a un filme, tan conmovedor como sincero, no se han
hecho esperar, como quedó patente en la pasada Seminci de Valladolid, donde
cautivo tanto a público como a prensa y consiguió alzarse con la Espiga de Oro.
Una familia de Tokio nos cuenta la historia de un matrimonio
anciano, Shukichi Hirayama (Isao Hashizume) y su esposa, Tomiko (Kazuko Yoshiyuki), quienes
mantienen una apacible y tranquila vida en su pequeño pueblo isleño, pero se
dirigen a Tokio a pasar unos días junto a sus tres hijos establecidos allí. A
pesar del rechazo y desasosiego que les produce la gran ciudad, tratarán de
adecuarse para poder disfrutar de la compañía de los suyos. Esto no resulta tan
sencillo ya que todos tienen sus obligaciones y responsabilidades, el mayor
(Masahiko Nishimura) es el que ha salido
más triunfal, ya que es director de un hospital en el centro de la capital, la
mediana (Yui Natsukawa) es propietaria de un salón de belleza, y el
pequeño (Satoshi Tsumabuki) es el alma errante y perdida de la familia, que
ahora se halla decorando escenarios teatrales, pero al que le aguarda un futuro
incierto y dudoso por delante. A partir de ese momento nos enfrentaremos a
sentimientos tan fuertes como la decepción, la culpabilidad o la soledad de una
familia en apariencia unida y próspera.
Con pasión y detalle se nos cuenta esta historia universal,
un drama familiar que no entiende de épocas, culturas o edades. Todas las
escenas están realizadas con esmero y cuidando enormemente los detalles, lo que
le concierne al conjunto una veracidad indecible, todo fluye con una elegancia
y sobriedad únicas. Cada personaje está enormemente conseguido y a partir de
sus silencios podemos desentrañar sus inquietudes y miedos más recónditos.
También podemos acercarnos a ese gran drama que supone la vejez y el progresivo
abandono filial con el que deben lidiar todos los padres, pasar a aceptar que
ahora son ellos los que deben depender de otros. El egoísmo, la ambición y
sobre todo la ingratitud son los grandes pilares que parecen sustentar a los hijos
cuando logran alcanzar la anhelada emancipación, y los progenitores se parecen
dividir entre el orgullo y la decepción. Tristemente todos nos sentimos
identificados con alguno de los protagonistas y sus circunstancias concretas,
ahí reside el gran poder de la película para emocionar y cautivar al público.
La película está adaptada a los problemas de nuestro tiempo
sin perder la elegancia clásica: donde Ozu quiso resaltar las nefastas
consecuencias que había dejado la gran guerra y la rápida conversión occidental
de Japón, Yamada se ha centrado en mostrarnos un país que camina sin rumbo,
sumido desde hace años en una fuerte crisis económica y social. Todo ello es interpretado
por un gran elenco protagonista que plasma de una forma fidedigna y honesta las
emociones y sensaciones que sienten. El ritmo es tranquilo y pausado, con una
puesta en escena serena y soberbia que reverencia dignamente al maestro. Nos
muestra espléndidamente las tradiciones y costumbres de una cultura que cada
día nos inspira más curiosidad y respeto. Lo único en contra que podemos encontrar
en la película es su larga duración, para algunos innecesaria, pero que en
realidad está más que justificada por la profundidad de la historia que se
quiere contar, las sensaciones que se quieren expresar y la armonía y concordancia
que se ha querido mantener con la cinta original.
1 comentario:
La tengo pendiente. Anoche vi "De tal palo tal astilla" y no está mal. No suelo ver mucho cine japonés, pero me gustó.
Besos
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