lunes, noviembre 25, 2013

'Una familia de Tokio', maravillosa adaptación de un clásico

Por Lucía Alegrete.

El consolidado y veterano director japonés Yôji Yamada se atreve a dirigir la adaptación del gran clásico de Yasujirô Ozu, Cuentos de Tokio (1953), sesenta años después de su estreno. A pesar de los riesgos y reprobaciones a los que se podía enfrentar y sobre todo la inquietud que embargaba a los más puritanos cuando escucharon que se iba a realizar un remake del filme, ya que ésta es considerada una obra cumbre no sólo del cine nipón sino a nivel mundial, la jugada le ha salido perfecta. Yamada ha sabido plasmar magníficamente las intenciones y anhelos del grandísimo cineasta, a quien le rinde un homenaje maravilloso para conmemorar los cincuenta años de su muerte. La gran dificultad residía en conseguir trasladarla a nuestros días sin perder la esencia con la que se creó, y esto se han solventado con maestría. Las buenas críticas y alabanzas a un filme, tan conmovedor como sincero, no se han hecho esperar, como quedó patente en la pasada Seminci de Valladolid, donde cautivo tanto a público como a prensa y consiguió alzarse con la Espiga de Oro.

Una familia de Tokio nos cuenta la historia de un matrimonio anciano, Shukichi Hirayama (Isao Hashizume) y su esposa, Tomiko (Kazuko Yoshiyuki), quienes mantienen una apacible y tranquila vida en su pequeño pueblo isleño, pero se dirigen a Tokio a pasar unos días junto a sus tres hijos establecidos allí. A pesar del rechazo y desasosiego que les produce la gran ciudad, tratarán de adecuarse para poder disfrutar de la compañía de los suyos. Esto no resulta tan sencillo ya que todos tienen sus obligaciones y responsabilidades, el mayor (Masahiko Nishimura) es el que ha salido más triunfal, ya que es director de un hospital en el centro de la capital, la mediana (Yui Natsukawa) es propietaria de un salón de belleza, y el pequeño (Satoshi Tsumabuki) es el alma errante y perdida de la familia, que ahora se halla decorando escenarios teatrales, pero al que le aguarda un futuro incierto y dudoso por delante. A partir de ese momento nos enfrentaremos a sentimientos tan fuertes como la decepción, la culpabilidad o la soledad de una familia en apariencia unida y próspera.

Con pasión y detalle se nos cuenta esta historia universal, un drama familiar que no entiende de épocas, culturas o edades. Todas las escenas están realizadas con esmero y cuidando enormemente los detalles, lo que le concierne al conjunto una veracidad indecible, todo fluye con una elegancia y sobriedad únicas. Cada personaje está enormemente conseguido y a partir de sus silencios podemos desentrañar sus inquietudes y miedos más recónditos. También podemos acercarnos a ese gran drama que supone la vejez y el progresivo abandono filial con el que deben lidiar todos los padres, pasar a aceptar que ahora son ellos los que deben depender de otros. El egoísmo, la ambición y sobre todo la ingratitud son los grandes pilares que parecen sustentar a los hijos cuando logran alcanzar la anhelada emancipación, y los progenitores se parecen dividir entre el orgullo y la decepción. Tristemente todos nos sentimos identificados con alguno de los protagonistas y sus circunstancias concretas, ahí reside el gran poder de la película para emocionar y cautivar al público.

La película está adaptada a los problemas de nuestro tiempo sin perder la elegancia clásica: donde Ozu quiso resaltar las nefastas consecuencias que había dejado la gran guerra y la rápida conversión occidental de Japón, Yamada se ha centrado en mostrarnos un país que camina sin rumbo, sumido desde hace años en una fuerte crisis económica y social. Todo ello es interpretado por un gran elenco protagonista que plasma de una forma fidedigna y honesta las emociones y sensaciones que sienten. El ritmo es tranquilo y pausado, con una puesta en escena serena y soberbia que reverencia dignamente al maestro. Nos muestra espléndidamente las tradiciones y costumbres de una cultura que cada día nos inspira más curiosidad y respeto. Lo único en contra que podemos encontrar en la película es su larga duración, para algunos innecesaria, pero que en realidad está más que justificada por la profundidad de la historia que se quiere contar, las sensaciones que se quieren expresar y la armonía y concordancia que se ha querido mantener con la cinta original.

1 comentario:

Saramaga dijo...

La tengo pendiente. Anoche vi "De tal palo tal astilla" y no está mal. No suelo ver mucho cine japonés, pero me gustó.
Besos