El reto de una secuela ha de ser la mejora del original. Los juegos del hambre. En llamas sin duda mejora el resultado de la película que dio inicio a la saga. Esa es la primera consideración a la que obliga el filme, reconociendo que avanza en prácticamente todos los sentidos y mejora algunos de los problemas que hicieron que Los juegos del hambre fuera una película en general decepcionante. Y dentro de esa mejora, funciona bastante mejor una primera hora que sí ofrece las sensaciones adecuadas en torno al mundo que muestra, las que no terminaba de mostrar la primera película, que los elementos de acción de la segunda parte. Funciona mejor la intriga política y las confrontaciones personales que hay en ese primer acto, y los dilemas morales de Katniss (Jennifer Lawrence), que la lucha por la supervivencia planteada en esta entrega. Entretiene mucho más que la primera, a pesar de que su duración, cercana a las dos horas y media, es tan exagerada para lo que plantea como ya le sucedió a la primera parte.
Si hay algo que no cuajó en Los juegos del hambre fue la credibilidad y la trascendencia del mundo que creaba. El arranque de En llamas viene a suplir todo lo que faltaba en aquella. Aunque en realidad sea un problema que sentar las bases de un universo tenga que llegar en la segunda película de una franquicia, lo cierto es que ahí está lo mejor de las dos películas. En las conversaciones que mantienen Katniss y el presidente Snow (Donald Sutherland), éste con Plutarch Heavensbee (Philip Seymour Hoffman), el nuevo alto mando a cargo del funcionamiento de los juegos, y éste con la propia Katniss. Es ahí donde se esconden las mejores claves de la película, en sus palabras, en sus gestos y en sus comportamientos a partir de esos diálogos. Y eso es porque estas escenas sí fundamentan el mundo de Los juegos del hambre, el presente, el pasado y el que está por venir en las próximas películas basadas en los libros de Suzanne Collins.
Hay un pequeño bajón de intensidad precisamente donde este tipo de cine suele crecer, y es cuando arrancan los juegos de esta entrega. La acción, pese al habitual esfuerzo para hacerla más impactante y espectacular, no deja de ser un más de lo mismo. Entretenido, sin duda, pero ya visto. Antes, en cambio, se ha planteado un entorno político más que atractivo. Katniss descubre los problemas y los dilemas de su nueva posición, avanza como personaje atormentado y complejo, no sólo como una bidimensional heroína de película, que es lo que llegaba a parecer en la primera entrega. Incluso, y a pesar de que ahí están los mayores tópicos del filme, interesa el triángulo amoroso que forma ella con su compañero tributo del distrito 12, Peeta (Josh Hutcherson), y Gale (Liam Hemsworth), pero no tanto por el lado más sentimental sino por la motivación que eso supone para Katniss. Incluso están mucho mejor aprovechados los personajes secundarios, con unos Woody Harrelson y Stanley Tucci mucho más contenidos y una Elizabeth Banks más importante en la trama y no sólo en la imagen.
Con En llamas, Los juegos del hambre da el necesario paso adelante, aunque la saga mantiene algunos de los defectos que aquejan a todo el cine contemporáneo que se corta por patrones similares en casi todos los terrenos, incluyendo la exagerada duración el más que previsible giro final, que se apunta durante todo el filme sin reparo alguno. Vista la segunda entrega, da la sensación de que lo mejor es lo que está por venir y, en realidad y con cierta crueldad (seguro que así lo juzgarán los aficionados a las novelas), se puede decir que lo que hemos visto hasta ahora se podría haber liquidado en una introducción de la tercera película, que es la que en realidad promete ser la valiente historia de fantasía y aventura con trasfondo social que se intuye en la sinopsis de Los juegos del hambre. Con todo, y abstrayéndose de sus flaquezas, un digno entretenimiento que supera a su predecesora.
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