Como película es más bien mala, no nos vamos a engañar: tiene unos diálogos horrendos, un desarrollo de personaje tan limitado como de costumbre, una inagotable colección de tópicos y una dirección algo atropellada. Pero cumple con creces lo prometido: es un sanísimo y honesto entretenimiento, un espectáculo de inofensiva destrucción y personajes arquetípicos que funciona realmente bien. Como referente, me viene a la cabeza Los 4 Fantásticos y su secuela, de las que un crítico llegó a decir que eran la basura más entretenida del verano. Aquí elevadas a la enésima potencia en acción, eso sí. Sólo en la secuencia de París (asombrosamente trepidante, pero algo demasiado digital) se ha llegado a decir que se destrozan más de un centenar de coches. Cada uno de ellos se ve en pantalla.
G. I. Joe no ofrece nada nuevo, ni para los amantes de la franquicia (más allá de la ilusión que pueda hacer verla en imagen real) ni para los aficionados al cine de acción. Es eso, una película de acción pura y dura, sin tomarse en serio a sí misma (pero sin caer en el ridículo como sí sucedía en Transformers), con un público objetivo centrado en adolescentes ansiosos de ver en la pantalla movimiento, tipos duros y mujeres atractivas, y nostálgicos de la serie de dibujos animados de los años 80. Los productores se han tomado una molestia absurda, la de convertir a los Joes en un cuerpo de élite de carácter internacional (Global Integrated Joint Operating Entity, significan las siglas en esta versión) y no sólo norteamericano (se supone que para no despertar animadversión en algunas partes del mundo), cuando la mayoría de sus componentes son precisamente estadounidenses. Absurdo, pero es el mundo políticamente correcto en el que vivimos.
¿Cuál es el éxito entonces, que es lo que hace de G. I. Joe una película digna de verse? Para empezar, que no es un producto adulto pero tampoco una ridiculez insultante, como tantos otros títulos que llegan a la cartelera procedentes de mundos similares a éste. El principal peligro que se corre al basarse en una franquicia así es el que tenía la serie de dibujos animados para ser tomada en serio: la historia se centra en un cuerpo militar de élite que se enfrenta al mayor grupo terrorista del mundo, pero no hay sangre, siempre se ve el paracaídas tras la explosión de un avión, la violencia es de juguete, y no muere nadie porque tiene que salir en el siguiente episodio. G. I. Joe no cae en esa trampa, la violencia es salvajemente irreal, pero encaja en este universo de ciencia ficción ("un futuro no demasiado lejano"), en esta aventura trepidante (aún más gracias a la dinámica partitura de un Alan Silvestri que con Van Helsing, Beowulf y ésta ha recuperado el pulso narrativo que tenía en los años 80, con títulos como Regreso al futuro o Depredador).
Los viejos aficionados de la saga echarán en falta algo de imaginación en los diseños de los personajes. Si algo caracterizaba al universo de G. I. Joe es que todos y cada uno de los miembros del equipo eran únicos y llevaban su propia vestimenta. Aquí todos visten el consabido traje de látex negro que casi todos los héroes de acción han llevado desde el Batman de Tim Burton. Pero esos mismos aficionados disfrutarán con los vehículos que aparecen en la película o con algunos momentos muy reconocibles, en especial las peleas entre Sombra y Ojos de Serpiente (que en la versión doblada han decidido dejar con sus nombres originales, Storm Shadow y Snake Eyes; este segundo no tiene diálogo alguno, como el personaje original, y está interpretado por Ray Park, el Darth Maul de Star Wars) y la Baronesa y Scarlett (de su rodaje salieron heridas tanto Sienna Miller como Rachel Nichols, la primera en su muñeca y la segunda con algunas quemaduras).
Stephen Sommers es un director previsible, que adora mover la cámara aunque no tenga ningún sentido, pero aquí consigue la difícil tarea de no marear en casi ninguna de las magníficamente coreografiadas secuencias de acción (de largo, la mejor es la de París, aunque también es intensa y coherente la del asalto de los villanos a la base de los Joes). Y en la sala de montaje logra dar coherencia a un climax final que se mueve en cinco o seis escenarios paralelos. Del reparto, además de disfrutar con los movimientos de Ray Park, hay que hablar de un Dennis Quaid que se lo pasó tan bien (quizá porque aceptó el papel gracias a que su hijo es fan de G. I. Joe) que vio cómo se incorporaban nuevas escenas para su personaje, el General Hawk, y de una Sienna Miller que lo que más hace ante la cámara es desfilar (descoloca esta actriz, capaz de películas como Interview y que a veces se queda en pantalla como una simple modelo de colonia).
Son dos horas a medio camino entre el cine de acción más contemporánea, la diversión más absurda e incoherente, y la nostalgia que siempre produce un mito de los años 80. Para pasar un gran rato sin prejuicios ni complejos.
4 comentarios:
Muchíiiisimo mejor que Transformers, lo cual no es muy difícil, es entretenida no pedía más, bueno ver a Rachel Nichols que desde Alias la tenía muy perdida, pero eso estaba garantizado.
Después de tu reseña no me va a quedar más remedio que verla, jaja. Me gusta la acción, los cómics y desmontar los planos de la coreografía en una buena persecución o pelea. No me gusta la violencia gratuita por el placer de regodearse en ella. En este caso, la peli no había llamado mi atención en la cartelera pero, después de calificarla como " asombrosamente entretenida"me has convencido: ahora tendré que verla!!
Satrian, toda la razón, es fácil, fácil, fácil hacer una película más entretenida que Transformers...
Jo Grass, lo del título va porque estoy verdaderamente asombrado de que la película entretenga. Esperaba lo peor de lo peor. ¿Ya la has visto? ¿Qué tal?
Estoy regresando a la city. En cuanto la vea te comento.
Un besote
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