En las historias apocalípticas, el factor determinante para su éxito está en el atrevimiento. Snowpiercer (Rompenieves) es terriblemente atrevida, dicho ese "terriblemente" como muestra del enorme disfrute, de la sobresaliente intriga, de la brutal (y cambiante) puesta en escena y del más que importante y descarnado análisis social a muchos niveles que hay en sus dos primeros actos. Pero Bong Joon-ho, director del filme, no termina de sacar el mismo jugo al tercer acto, a su clímax. Es igualmente valiente, incluso brillante en algunos instantes, pero es ahí donde queda la sensación de que la película se le ha escapado ligeramente de las manos, es donde pesa el exceso de duración (126 minutos acaban siendo demasiados). Ese ligero descenso no impide que el resultado final sea muy satisfactorio, pero si priva a la película (la más cara de la historia del cine surcoreano, y se nota aún a pesar de algunos efectos digitales algo convencionales) de convertirse en un clásico instantáneo, algo que roza durante muchos momentos de su turbadora historia, que a pesar de que es un detalle que no se destaca está basada en un cómic francés que se editó en España en 2006.
Es, algo obvio nada más conocer la sinopsis, una película enfocada a un gran final. El mundo se ha congelado por la acción del hombre (y no hace falta mostrarlo, brillante y minimalista prólogo culminado por la primera gran nota de la sobresaliente partitura de Marco Beltrami), la humanidad ha desaparecido, a excepción de unos pocos supervivientes que viajan a bordo de un tren en continuo movimiento. Dentro del tren, hay clases. Y la clase más baja está descontenta en la cola del tren, que es donde habita. La película es, por tanto, la historia de una revolución que busca alcanzar el primer vagón del tren, la máquina, y revertir el orden social. Pero la clase baja, y los espectadores con ella, desconocen que hay más allá de cada puerta que se atraviesa. La película impacta en cada microuniverso que plantea, en cada secuencia que ofrece, en cada sacudida a las entrañas con los que construye el viaje. Y se plantea, efectivamente, como un viaje que necesita un final a la altura.
Lo tiene, porque la historia, al menos en un resumen aséptico, es casi perfecta, incluso admitiendo el altibajo cinematográfico que hay en su clímax. Por supuesto, es obligado prescindir de algo de lógica en el planteamiento inicial (¿un tren dando vueltas sin parar?), pero cómo lo plasma Joon-ho es una delicia. Oscuro cuando es necesario, dramático cuando lo pide la historia, destacando el carisma de unos personajes muy bien definidos y muy bien interpretados, tanto los actores más conocidos por el espectador occidental como los dos coreanos que se cuelan en la película. Pero como es un viaje, una vez alcanzado el destino la película pierde fuerza. Es difícil decir por qué, dado que en esa escena se produce la aparición de un personaje magnífico que es mejor no desvelar, pero el interés general decae. Los buenos elementos para hacer algo mejor están ahí, pero Joon-ho da demasiadas vueltas sobre las mismas ideas, alarga demasiado un clímax que ha llegado ya antes a su cúspide emocional y no cierra la película con la misma brillantez con la que la ha conducido hasta ahí.
En la forma de rodar se deje sentir que, aunque esté rodado en buena parte en inglés y con un reparto hollywoodiense, es una película surcoreana. Hay una hermosa mezcla entre influencias muy dispares. Encaja en una ciencia ficción europea (la del cómic de origen, la que invita a pensar en Jodorowsky o Moebius), en un cine asiático del que es representante y en ciertos aspectos del cine de ciencia ficción norteamericano más rompedor (sin pensar en conexiones argumentales, es imposible no pensar en Dark City o District 9). Impacta el planteamiento y cómo se va convirtiendo en realidad ante los ojos del espectador. Impacta el carisma de un Chris Evans que, sin ser un actor excepcional, convence en este cambio de registro, pero también el oficio que aportan una enorme Tilda Swinton que esquiva la caricatura con solemnidad, una emocional Olivia Spencer, un siempre notable John Hurt y un muy adecuado Jamie Bell. Y sobre todo impresiona el viaje que plantea el filme. Porque eso es Snowpiercer, un viaje a lo más oscuro del ser humano, como ha de serlo cualquier historia que quiera ser buena ciencia ficción. Una brillante sorpresa.
2 comentarios:
No me gustan mucho las distopías, la ciencia ficción, etc.., pero reconozco que esta peli me ha encantado.
Tiene fallos, claro, pero es muy buena. Plantea cosas, es una metáfora sin llegar a ser todo lo profunda que podría ser pero, por eso mismo, consigue ser un producto entretenido.
Para mí una de las mejores que he visto últimamente, muy muy recomendable.
Un beso!
(Justo después de verla vi el tuit de Cañete en el tren con las de la despedida, y ... no te digo lo que pensé xq me detendrían.. :-P)
Saramaga, yo sí soy aficionado a ese tipo de historias, pero no sólo por la espectacularidad visual, sino precisamente por lo que dices, los temas que se plantean, las metáforas y los atrevimientos. Y quizá por eso me falta un pelín para que fuera más redonda, pero es muy buena y por supuesto que la recomiendo. No, no digas más, que ahora te detienen casi sólo por pensar, je, je, je...
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