La primera escena de Dom Hemingway es la prueba de fuego para saber qué cabe esperar de la película. Si un espectador la encuentra divertida, adelante, la película va a divertirle, aunque asumiendo que no hay realmente una historia que contar. Si no la encuentra divertida y lo visto cuando aparece el título no ha llamado su atención, es el momento de asumir que los 90 minutos que dura el filme no van a ser los mejores de su vida. Porque todo lo que es Dom Hemingway está en ese par de minutos iniciales, en esa secuencia sexual nada contenida en su lenguaje pero cerrada en un plano fijo del rostro del omnipresente protagonista que da título a la película y que está encarnado por un extasiado Jude Law. Lo que sigue a esa escena es un batiburrillo en el que salen gangsters, chicas, drogas, dinero y demás elementos de un thriller pretendidamente gamberro pero en el que se juntan muchas cosas sin que quede claro en ningún momento qué es en realidad lo que estamos viendo o hacia dónde va avanzando. Por eso, el resultado es una película sumamente incompleta pero que, con un descaro enorme, divierte lo suyo.
Aunque se suele abusar del recurso de dar el nombre del protagonista a una película, en esta ocasión es perfectamente adecuado. Hay que olvidarse de la historia, de un final, de una estructura clásica, incluso de que lo sucede en la pantalla tenga en realidad alguna trascendencia como conjunto. Lo que importa es Dom Hemingway. Mejor dicho, todo lo malo de Dom Hemingway, todos sus defectos y su única virtud, su capacidad para abrir cajas fuertes. Richard Shepard, director de la película, se vuelca en el personaje y deja que Jude Law haga lo que quiera. Literalmente. Y se le nota tan desatado, tan metido en el papel, tan ridículamente creíble en la piel de este criminal borracho, mujeriego, malhablado, violento y maleducado que ya desde esa primera escena es difícil resistirse a su dudoso encanto. Siendo así, la película es disfrutable gracias a él, a lo que le rodea y a lo que se va formando a su alrededor, aunque importe más bien poco el motivo por el que arranca la película en prisión o lo que va sucediendo.
En todo eso no hay coherencia, ni hilo narrativo, ni siquiera un propósito consciente de mostrar el lado criminal, el humano o el irreverente de Dom. La película simplemente se deja llevar. ¿Que hace falta meter en la historia a una hija abandonada (Emilia Clarke) a la que ahora el protagonista intenta recuperar? Se mete. ¿Que hay que introducir al hijo de un mafioso negro con el que Dom nunca trabajó y que ahora ha heredado el negocio? Pues se le incluye. ¿Que da la impresión de que el igualmente divertido amigo de Dom (Richard E. Grant) en realidad sólo está en pantalla para dar la réplica al protagonista? Probablemente sea cierto. ¿Que hay que generar un elemento ya en el tercio final de la película que tendría que haber sido su comienzo? Se coloca ahí y listo. Nada de normas. Shepard, que es el director y el guionista, no las quiere para nada. Y Jude Law hasta agradece esa ausencia de constricciones, porque lo que importa de verdad es su retrato, su incontrolado lenguaje (verbal y no verbal) y los diálogos cortantes, irreverentes y a ratos desternillantes, de largo lo mejor de la película.
Dom Hemingway es así algo absolutamente inclasificable, una película a la que resulta absurdo buscar parecidos y que en realidad se basa en la irreverencia del personaje de Jude Law para crear un producto tan absurdo como entretenido. Y como se basa tan claramente en una bizarra rareza, se agradece que el invento se quede en 90 minutos. Porque por Jude Law y su tan exagerada como notable composición seguro que se podría haber pasado mucho más tiempo contándonos las batallitas de este despreciable pero en el fondo adorable tipejo de los bajos fondos. Y seguro que la fauna que desfila por la pantalla podría haber seguido creciendo hasta el infinito. Pero lo que muestran es más que suficiente para pasar ese buen rato entre el asombro (no siempre positivo, también hay que reconocerlo) y la carcajada. Es una propuesta original dentro de este subgénero de tipos desagradables que se viene dando dentro del thriller de criminales, y no sería raro que algunos la vieran demasiado original y la consideren como una película extraña que se les ha ido de las manos a sus responsables. Pero culpables o no, carcajadas provoca.
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