A muchos les sorprenderá saber que Aprendiz de gigoló es ya la quinta película como director de John Turturro, habitual secundario cómico del cine contemporáneo. Menos sorprendente es que se trata de la más woodyallenizada de todas. Y no sólo por compartir cartel el propio Turturro, protagonista principal de su filme además de su guionista, con Allen en una de sus escasísimas apariciones como actor en películas que no dirija él mismo, sino porque recuerdan a su cine la historia, muchas de las situaciones, los diálogos, la música y por supuesto el personaje que interpreta el director de La rosa púrpura del Cairo o Match Point. De esta manera, Turturro firma una comedia que se antoja inofensiva (y quizá por eso mismo intrascendente) durante buena parte de su ajustado metraje (90 minutos), con la química que hay entre ambos cómicos como mejor baza, pero que al final, cuando definitivamente clarifica cuál era la historia que quería contar, acaba dejando un buen sabor de boca.
Paradojicamente, la presencia de Woody Allen juegan tanto a favor como en contra de la película. Es una noticia agradable que retome su faceta de actor sin tener que estar también detrás de la cámara y que lo haga en un registro que le conviene y que conoce sobradamente. Pero, por otro lado, suena a favor a un amigo que le ha escrito ese papel que tantas y tantas veces ha hecho en sus propias películas (y en el que ha seguido colocando a otros actores cuando él decidía no actuar), suena a ya visto, y eso gustará menos a quienes menos conecten ya con el cine del neoyorquino. Y sí, es divertido, y la dinámica con Turturro es estupenda porque ambos se complementan bastante bien. Pero no hay nada novedoso en ese lado. Por eso se antoja algo más intrascendente esa primera parte de la película, en la que se urde una trama que, siendo cómica y dejando algún que otro momento divertido, es lo que acaba siendo también bastante intrascendente.
El aprendiz de gigoló que da título a la película es el personaje de Turturro. El instigador de que emprenda ese camino es el de Allen, quien ha hablado de su amigo a una mujer casada (Sharon Stone) con vistas a un ménage à trois con el que ella fantasea, y que le sirve de punto de partida para una nueva carrera que le da interesantes ingresos en la que se cuela también una amiga de esa mujer (Sofía Vergara). Todo eso, al final, pierde toda trascendencia porque la historia que en realidad quiere contar Turturro es la de otra mujer, una viuda judía (Vanessa Paradis), que no ha sabido como rehacer su vida a pesar de los ofrecimientos de un hombre de su barrio (Liev Schreiber). La película que quiere hacer Turturro habla de soledad, de reclusión, de convenciones sociales, y no en realidad de escarceos sexuales. No es que la película no encuentre un término medio, es que en realidad no está del todo bien construida, porque casi nada encuentra explicaciones demasiado asumibles hasta el tramo final.
Ahí la película mantiene el tono cómico (la escena del juicio tradicional judío es un delirio puro y gozoso, con la fugaz aparición de un siempre notable Bob Balaban) pero trasciende algo más, con algo de poesía, algo de vida y algo de emoción. Ese tramo final hace que la película acabe en lo mejor, perdonando levemente algunas de las muchas inconsistencias que tiene. Como sucede con buena parte de las comedias de Woody Allen de los últimos casi veinte años en las que quiere basarse sin hacer mucho esfuerzo en ocultarlo, hay en Aprendiz de gigoló momentos inspirados pero otros muchos que no están a esa misma altura. Se ve en todo momento como una comedia amable, pasable y probablemente por ese mismo motivo carente de trascendencia. Queda el carisma de todo el reparto, la buena química que hay entre todos ellos y en especial entre Turturro y Allen, la inseguridad que enseña Sharon Stone, la sencillez de Paradis, una leve vena cómic en Schreiber que no se había visto mucho hasta ahora y el descaro exuberante de Vergara.
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