Hacer una película sobre Grace Kelly sin Grace Kelly es probablemente una de las tareas más complicadas que se pueden acometer en el mundo del cine. Grace de Mónaco sufre por ello, a pesar de la lógica aceptación de que esa premisa es imposible tras el accidente de tráfico que se llevó la vida de la estrella predilecta de Alfred Hitchcock en 1982. Nicole Kidman es una actriz que, de un modo u otro, no genera ya la misma admiración de hace años, y aunque su esfuerzo es grande para meterse en su piel ese imposible pesa en su trabajo y en el conjunto. Grace de Mónaco, no obstante, no es una película poco completa por ese motivo, sino porque le cuesta tanto definirse que al final parece que no lo hace y se queda a medio camino de todo. Intenta apelar por igual al aficionado al celuloide que al del papel cuché, crear un drama personal y al mismo tiempo una intriga política sobre el enfrentamiento entre la Francia de De Gaulle y el Mónaco de Rainiero, y acaba siendo un cuento de hadas roto, imposible e indefinido que habría salido mejor con una apuesta más clara.
A la película le han llovido las críticas y, la verdad, no es ni mucho menos para tanto. No es un despropósito, no es un filme fracasado o equivocado. Pero que no termina de enganchar es algo también evidente. Lo hace por momentos, eso sí: con la primera aparición de un Hitchcock (Roger Asthon Griffiths) mucho más suave del que describieron tanto Hitchcock como The Girl, con el alegato final en la gala benéfica o con la aparición del experto en protocolo al que da vida el siempre formidable Derek Jacobi. Pero en todo lo demás parece haber agujeros, imprecisiones y, sobre todo, indefiniciones. Desde el principio da la impresión de que la película habría funcionado mejor de haber trazado un retrato de la mujer, de la persona, de la actriz que decidió convertirse en princesa, de ese cuento de hadas roto y del trabajo que había detrás de ese esfuerzo. Nicole Kidman, sin llegar a brillar, sí hay momentos en los que convence, sobre todo en la escena final de la película, antes de un alargado, artificial e innecesario epílogo que no añade nada.
La cinta, en todo caso, no opta de forma única o preferente por esa vía y se va por la intriga palaciega, que compensa su interés real con una torpeza importante en su desarrollo más ficticio y un retrato poco carismático de Rainiero a cargo de Tim Roth. El relato histórico y el papel que jugó la princesa de Mónaco habría sido interesante, pero aquí esa parte queda algo perdida, sobre todo por una trama detectivesca que se plasma con bastante desacierto. Y hay un tercer elemento con el que se podría haber construido una película de interés, y es la posibilidad de que Grace Kelly volviera al cine. Al principio, de hecho, da la impresión de que va a ser la fórmula escogida, pues el filme arranca con la llegada a Mónaco de Hitchcock para ofrecer a la actriz la película que nunca llegó a hacer para él. Y aún con cierta desgana en los diálogos que pretenden enganchar a los cinéfilos, es tan agradecida la presencia de Hitch que lo que resulta criticable es que la vertiente cinéfila desaparezca por completo del filme. Más indefinición, por tanto, en una mezcla que se antoja algo atropellada para los 103 minutos que dura la película.
En todo caso, Grace de Mónaco no se ve con desgana y no provoca el rechazo que parece anunciar la avalancha crítica. Quizá hay un efecto perjudicial sobre el filme por el entorno de la protagonista escogida, siempre dispuesto a que haya más polémica que valoración, pero una figura como la de Grace Kelly es siempre atractiva, y no hay motivo para que no lo sea para construir una película a su alrededor, sea o no completamente fiel a lo que sucedió en la realidad. Claro que el referente es inigualable, y Olivier Dahan (que vuelve al biopic que ya tocó en La vida en rosa después de una película de tono diametralmente diferente, Un gran equipo) prácticamente parece asumirlo cuando arranca la película mostrando a su protagonista de espaldas. Con su belleza infinita y el aura incomparable que rodeaba a la actriz, Grace de Mónaco habría sido diferente. Kidman por momentos llega a convencer, pero se enfrenta a un imposible. Asumiendo que el biopic no pasa por sus mejores momentos, Grace de Mónaco se puede disfrutar sin grandes pretensiones.
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